TURISMO
FOTOS: Archivo de la Marina de EE.UU
Un fantasma de la bomba atómica
Una de las mejores inmersiones en pecios del mundo se encuentra en Bikini, donde a 55 metros de profundidad yace uno de los mayores buques de guerra que se pueden visitar en la actualidad: el portaviones U.S.S. Saratoga (CV-3). Víctima espectral de las pruebas nucleares realizadas en el atolón tras la II Guerra Mundial y testigo de las más importantes batallas navales del Pacífico frente a la armada nipona, este gigante despierta la curiosidad de buceadores de todo el mundo que se desplazan a este paraíso natural capaz de cubrir con un bello manto de coral la soberbia e iniquidad del ser humano.
 
Fue el 7 de abril de 1925 cuando el U.S.S. Saratoga salía de los astilleros de la New York Shipbuilding Company en Candem (New Jersey) tras casi 5 años desde que se iniciara su construcción. Aunque los planos iniciales correspondían a los de un crucero pesado tipo “Lexington”, dos años después de iniciada su construcción el congreso de los EE.UU. decide reconstruirlo, siendo la primera nave construida específicamente como portaviones. 20 años más tarde, al finalizar la II Guerra Mundial ya era el portaaviones más antiguo en servicio. Había sobrevivido a torpedos, bombas, ataques kamikazes y la propaganda bélica japonesa lo había declarado hundido siete veces entre 1941 y 1945. Combatió en Guadalcanal y participó en los bombardeos de Rabaul, Sumatra, Iwo Jima y Java. Fue torpedeado dos veces y el 21 de febrero de 1945 cinco aviones kamikazes chocaron contra él causando 123 muertos y 192 heridos. Pero siguió a flote, lo repararon y acabada la guerra repatrió a 29.000 soldados desde el frente del Pacífico.
El 23 de mayo de 1946 sale de Peral Harbour por última vez. Su destino es el atolón de Bikini. Allí participará del programa de pruebas atómicas que se desarrollaban en el contexto de un nuevo concepto de guerra: La Guerra Fría. En la operación “Able”, la primera prueba atómica realizada en el atolón, permaneció amarrado a 2.000 metros del punto de detonación. Su cubierta se incendió por el calor de la radiación. Pero su final llegó el 25 de julio de ese mismo año. Era el momento de probar otro monstruo, esta vez mucho más potente, llamado “Baker”. Era hermana de la bomba lanzada en Nagasaki, con una potencia de 20.3 kilotones.

Hundimiento espectacular
El U.S.S. Saratoga se encontraba a tan sólo 300 metros de la zona 0. La bomba se hizo estallar a 27 metros de profundidad. La honda expansiva tardó menos de 1/6 de segundo en golpear el casco del buque con una fuerza de 415 Kg/cm2, es decir 4.150 toneladas por metro cuadrado de casco. Diez segundos después, una ola de unos 9 metros de alto embistió por proa la amura de estribor, barriendo la pista de aterrizaje y la cubierta principal. La fuerza de la ola fue de tal magnitud que levantó el ancla de la nave, fondeada a 54 metros, hasta 16 metros por encima de la superficie, causando serios daños al buque. Esa ola levantó un barco de 43.500 toneladas en el aire como si fuera un pesquero de bajura. El agua arrastró a su paso cinco aviones, algunos vehículos terrestres (dos de ellos acorazados) y el resto del equipamiento que se encontraba en cubierta. La onda expansiva de la explosión arrancó el trinquete y la chimenea, dejando un agujero a lo largo del casco, de 15 cm de grosor, que provocó que se partiera posteriormente. La cubierta de vuelo se levantó inclinándose desde la popa, cediendo más de 60 metros hacia la proa bajo el peso del agua que ya estaba inundando el barco. A estos daños se unieron los provocados por otras dos olas clasificadas como tsunamis que arrastraron al navío 500 metros más allá del lugar en el que se encontraba fondeado. Después comenzó a sumergirse por el peso del agua que había entrado en sus compartimentos estancos debido sobretodo a la brecha del casco. Ocho oras después de la explosión se hundía la popa y la proa le seguiría poco a poco hasta acabar en el fondo de arena donde permanece hoy, prácticamente tal y como quedó después de la explosión, en posición de navegación. La bomba había desplazado 2.000.000 de toneladas de agua y vapor de agua y otros 2.000.000 de materiales sólidos de la laguna. Se produjo el típico champiñón y un cráter de 50 metros en el fondo del atolón.

No apto para novatos
El U.S.S. Saratoga en un buque de 270 metros de eslora, más largo que el Titanic, y 33.000 toneladas. Por su profundidad, que en algunos puntos alcanza los 55 m, por las dimensiones del pecio y por las características de la inmersión, no parece el lugar adecuado para principiantes. El puente se divisa a 12 metros de la superficie. La cubierta de vuelo se sitúa a una profundidad de 27 m. El casco descansa a 55 metros. Se suelen programar hasta cuatro inmersiones para completarlo. En la primera se sobrevuela el puente y se pueden apreciar elementos de sus defensas antiaéreas y algunos detalles del puente de mando. En la siguiente, se llega a la cubierta de aterrizaje y se ven los elevadores de aviones y de munición. En la tercera inmersión se penetra en el pecio por el agujero que hizo la bomba en el costado del casco. A 39 metros de profundidad podemos ver aviones, bombas, armas, munición, diverso instrumental...Se pretendía simular una acción de guerra hasta en el último detalle, por lo que el buque estaba completo. La cubierta arqueada da fe de la magnitud de la explosión y se ha ido hundiendo con el paso del tiempo hasta ser una amenaza potencial para los buceadores que penetran en el pecio. Los hierros retorcidos y cables que caen hasta el hangar y que cruzan la cubierta pueden ser terribles trampas para buceadores despistados. En la cuarta inmersión se recorre la proa. La cadena del ancla es impresionante. Cada eslabón es mayor que un torso humano. Separándose del buque obtendremos una visión panorámica espectacular.
Pero si después de bucear en este pecio queremos aun más emociones hay muchísimos otros diseminados por la zona, entre los que se encuentran el U.S.S. Arkansas o el japonés el Nagato. A pesar de los ensayos nucleares del pasado, no hay riesgo de radiación en Bikini...¡siempre que no se ingieran alimentos cultivados localmente!

Ivy Mike

Muchas fueron las pruebas nucleares realizadas en el Pacífico como la que hundió al U.S.S. Saratoga. Comenzaron nada más terminar la II Gerra Mundial y algunas de ellas han llegado hasta nuestros días, como es el caso de las realizadas en los atolones franceses de Mururoa y Fangatufa. Pero pocas han sido tan espectaculares como la llamada Ivy Mike.
El U.S. Nuclear Weapons Testing Program llamó así a la cuarta prueba más poderosa realizada en las Islas Marshall. Era un 31 de Octubre de 1952. En el atolón Enewetak iba a probarse por vez primera un arma termonuclear o de fusión, también conocida como bomba H o de hidrógeno. Iba a ser la prueba más potente de las 67 anteriormente realizadas en las islas y representaría algo menos del 10% de la potencia total de todos los experimentos. Produjo la mayor bola de fuego que jamás se haya visto. En su apogeo medía alrededor de 5 kilómetros de diámetro, es decir una cuarta parte de la isla de Manhattan. La altura del hongo alcanzó los 12.200 m, es decir 32 rascacielos como el Empire State Building, uno encima del otro. Y eso en un tiempo récord de 2 minutos tras la explosión. Unos diez minutos después el hongo ya había alcanzado los 18.000 m de altitud y se había esparcido por la estratosfera en un radio que alcanzaba unos 160 kilómetros. La punta del hongo llegó a alcanzar los 40 Km de altitud. La explosión descargó una fuerza de 10,4 Megatones, es decir 10.400 kilotones. Eso significa más energía en un solo disparo que diez veces todas las pruebas anteriores, incluidas probablemente las que hizo la Unión Soviética hasta esa fecha; y cuatro veces más potencia que el total de bombas lanzadas por las fuerzas aéreas angloamericanas sobre Alemania y el resto de países ocupados durante la II Guerra Mundial. El cráter originado en el atolón fue de 1.600 metros de diámetro, más grande que la bahía de la Concha de San Sebastián, y alcanzó una profundidad de 53 metros. Los efectos destructivos laterales fueron los más grandes observados hasta entonces: aniquilación total en un radio de casi 5 Km ; daños que van de severos a moderados en un radio de más de 11 Km ; y daños menores en un radio de 16 Km. Una ciudad de unos 170.000 habitantes desaparecería literalmente del mapa. Todo eso sin contar los daños producidos por contaminación radioactiva.
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