Cuando uno pone el pie en Robinsón Crusoe, la "isla desierta" más famosa del mundo, y mira hacia el suroeste, con la inmensidad del Pacífico abrazándolo todo, tiene la sensación que se encuentra en una de las cuatro esquinas del planeta: nada de frente y Chile y el continente americano a sus espaldas. Y es que este pequeño archipiélago del Pacífico sur chileno se encuentra en un lugar remoto del planeta y no porque no haya nada más a casi 700 km a la redonda, sino porque llegar hasta aquí sigue siendo hoy una verdadera odisea.
El archipiélago de Juan Fernández, formado por las islas Robinsón Crusoe, Santa Clara y Alejandro Selkirk, se localiza a 667 km de la costa chilena, aproximadamente a la altura de la ciudad de Valparaíso. La única aldea se sitúa en la isla de Robinsón Crusoe, que se llama así porque aquí fue donde ocurrió la historia que inspiró a Daniel Defoe para escribir su célebre novela sobre el famoso náufrago del mismo nombre, aunque el protagonista real se llamaba Alejandro Selkirk y era escocés.
Casi desiertas
Sólo medio centenar de personas, en su mayoría pescadores de langosta, habita en este rincón perdido del mundo y dependen para su supervivencia de un carguero de la Armada Chilena, el Pedro de Valdivia, que una vez al mes lleva víveres y pasajeros a la isla. Una escuela básica, una oficina de correos, un cuartel de policía (uno de los más relajados del mundo), cuatro tiendas de comestibles, un mini ciber con conexión a internet (que va a pedales) y media docena de pequeñas hosterías/hoteles es toda la infraestructura del pueblo. No hay bancos, ni cajeros (las tarjetas de crédito aquí no tienen valor), ni farmacias y no hay cobertura de móviles.
Pero que Robinson Crusoe tenga, en pleno siglo XXI, tantas limitaciones en cuanto a servicios sólo significa una cosa... que es un verdadero paraíso natural, donde aún la naturaleza marca la pauta del día a día. Aquí todo es endémico. La riqueza y variedad de su flora y fauna, tanto terrestre como marina, y su imponente geografía que sorprende por la enorme cantidad de contrastes que ofrece, es el gran tesoro que esconden estas islas. Es una joya biológica para los científicos y un gran regalo para los amantes de la naturaleza salvaje. Por esto, en 1935, el archipiélago de Juan Fernández fue declarado Parque Nacional por el Gobierno de Chile y, en 1977, la Unesco lo elevó a la categoría de Reserva Mundial de la Biosfera.
Llegar a este edén en medio del Pacífico es también una aventura. Por barco, la única opción es el Pedro de Valdivia, que tarda más de dos días en llegar desde Valparaíso y que retorna al continente tres o cuatro días después. La única opción es coger uno de los dos vuelos (una avioneta con capacidad para siete personas) que la compañía Lassa tiene cada semana. El trayecto dura dos horas desde Santiago. El avión aterriza (si el viento lo permite) en una rudimentaria pista situada en un cerro al suroeste de Robinsón. Después hay que hacer un trekking de 20 minutos por un camino que baja a la Bahía del Padre, donde una pequeña embarcacion pesquera recoge a los pasajeros y, si el mar lo permite, les lleva a la aldea de San Juan Bautista, en el otro lado de la isla y a más de dos horas de travesía.
Aguas cálidas
Para los buceadores chilenos, la isla de Robinsón Crusoe supone, junto a la de Pascua, el mejor lugar del país para practicar este deporte. Si bien, la remota Pascua tiene como mayor atractivo sus aguas cálidas y transparentes, en cuanto a biodiversidad marina, las islas de Juan Fernández bien podrían llevarse el gato al agua..., y en un mundo sumergido donde todo lo que hay es una rareza de la naturaleza, puesto que sólo se puede encontrar aquí, el lobo fino de dos pelos de Juan Fernández (Arctocephalus philippii) es el verdadero rey de las islas, con permiso, por supuesto, de la Jasus frontalis, la langosta juanfernandina, que goza de una enorme fama en los mercados chilenos.
Las aguas de las costas chilenas tienen fama de ser frías debido a la famosa corriente de Humbolt, una de las más importantes del planeta, que sube desde el Océano Glacial Ártico y baña todo el litoral chileno y peruano. Este flujo de agua fría hace descender la temperatura media de las aguas que, por su latitud, deberían mantener los niveles de zonas interpropicales y subtropicales. Sin embargo, el archipiélago de Juan Fernández queda fuera de la influencia de Humbolt y, además, recibe el suave abrazo de otras corrientes procedentes del Indopacífico, lo que explica las temperaturas de sus aguas, que son más templadas que las del continente. En las estaciones de primavera y verano (de octubre a marzo), la idónea para practicar el buceo, el agua puede alcanzar los 20º C. Esto propicia también que estos fondos marinos, llenos en su mayoría de especies endémicas (es decir, exclusivas de este lugar), alberguen algunas otras especies de peces más características de mares cálidos, como es el caso del llamativo pez mariposa (amphichaetodon melbae) o las inactivas pero no menos coloridas, escórporas (scorpaena uncinata). Se sabe que las especies endémicas de este archipiélago poseen un vínculo mayor con áreas polinésicas, atribuyendo su origen a países tan lejanos y exóticos como Nueva Zelanda, Australia o Hawai.
Loberías
El archipiéalgo de Juan Fernández tiene un origen volcánico, ya que se ubica sobre la llamada Placa de Nazca y constituye parte de una alineamiento de elevaciones de 424 kilómetros de longitud. Robinson Crusoe cuenta con un escenario submarino de hermosas y curiosas formas, lleno de veriles, acantilados, cuevas y grietas donde numerosas especies de peces se protegen de sus depredadores naturales. Tras superar en los primeros metros densos cardúmenes de pampanitos (scorpis chilensis), de color azul y plateado y aletas amarillas, y enfrentarse a la jauría de pequeños malapterus reticulatus, una especie de lábridos que por allí llaman viejas (no confundir con nuestras viejas de Canarias, que son de la familia de los peces loro), lo más que llama la atención del buceador son la enorme cantidad de langostas. Las paredes submarinas, llenas de grietas, se asemejan a las estanterías de un supermercado, llenas de ejemplares de estos crustáceos, algunos de ellos de más de un metro de longitud.
Los fondos marinos de Robinsón Crusoe tienen muchos atractivos para los buceadores y es por esto por lo que en San Juan Bautista conviven varios centros de buceo. Endémica Expediciones (www.endemica.com) cuenta con guías oficiales del Parque Nacional y sus expertos instructores conocen al detalle la zona. Salsipuedes, Punta San Carlos, Punta Lobería, Vaquería o La Tortuga son algunos de los sugerentes nombres de los numerosos puntos de buceo que se encuentran alrededor de la isla, si bien hay dos que merecen ser destacados: por un lado, El Cernícalo, un bajo que alberga un tipo de coral negro o árbol de mar (Parantypathes fernandezii) y, sobre todo, hermosas y llamativas anémonas de todos los colores, amarillas, marrones, rojas, azules, verdes..., que tapizan las paredes de las rocas, y, por otro, Lobería Tres Puntas, sin duda, la inmersión estrella de Robinsón en la que los protagonistas son centenares de lobos marinos que vienen a visitar al buceador. Aunque la presencia de estos mamíferos es constante en todas y cada una de las inmersiones de la isla, es aquí donde tiene su máxima expresión, ya que se trata de una colonia de lobos finos de dos pelos de más de un millar de ejemplares. |