TEXTO & FOTOS: Chano Montelongo

TURISMO
Perdidos en el bosque de tentáculos
En las legendarias aguas del Estrecho de Alor, allí donde en cada pleamar el imponente Océano Índico derrama sus saladas aguas sobre el mar de Flores y el de Banda, se encuentra sumergido a los pies del Illi Api, el volcán que rige los designios de las pintorescas islas de Lembata y Pura, el mayor campo de anémonas de mar del planeta, un interminable bosque de tentáculos donde se encuentra la más grande colección de peces payasos. Pero... ¡ojo! lo que parece la inmersión más tranquila y más entretenida de la zona puede convertirse en una peligrosa trampa, ya que las fuertes corrientes que se producen en este estrecho son también parte de la leyenda negra de esta remota zona de Indonesia.
La proa de la goleta Ondina apuntó amenazante a la cumbre más alta del Illi Api, a ratos cubierta por una espesa nube gris que se empeñaba en estropear la exótica panorámica. Alguién desde lo alto del palo de la mayor gritó algo y señaló a poniente y todos nos asomamos por la amura de estribor. El imponente chorro de agua de dos ballenas y la silueta de sus lomos azules se dibujaban por el horizonte cercano. Fue entonces cuando nos fijamos en la superficie del mar. Baruna, el Dios local de los océanos, debía tener un mal día. No se levantaba ni una sola ola, sin embargo, la faz del mar parecía contrariada. Las aguas rabiosas del Índico se precipitaban por el cuello de botella del Estrecho de Alor en busca de otras extensiones donde liberarse de su furia. Las corrientes marinas afloraban y, desde fuera, ya observábamos el mar como si fueran los rápidos de un río embravecido, lleno de torbellinos y remolinos traicioneros. Tardamos un rato en encontrar un lugar, cerca de la costa que estuviera a refugio para poder realizar nuestra primera inmersión del día.
En dos de las tres neumáticas de la Ondina elegimos una zona para sumergirnos más cercana a la gran playa de Pulau Pura, mientras que el último grupo buscó refugio junto a una pequeña pared de roca al final de la bahía. Era muy temprano y el sol aún no había terminado de superar la silueta del volcán, por lo que aquellas aguas todavía estaban dominadas por la sombras de la isla. No obstante, nada más entrar en el agua, la enorme claridad reinante nos permitió ver una gran extensión del fondo, una ligera pendiente situada a poco más de ocho metros de profundidad. El agua era aquí un poco más fría que lo que acostumbra en otros lugares de Indonesia y eso se notaba por un pequeño detalle: la poca presencia de colonias de corales.

Pradera de anémonas
Bajo nosotros se extendía una inmensa pradera de anémonas de mar, cuyos millones de tentáculos se movían vigorosos al ritmo que marcaba la ligera corriente de vaivén. Cualquier Ciudad de Anémonas (que hay muchas) de otros mares tropicales del planeta son insignificantes comparadas con esta alfombra submarina. Había distintos ejemplares: la bulbosa Entacmaea quadricolor, la colorida Hecteractis aurora y la anémona carpeta Stichodactyla haddoni. Este campo de anémonas se perdía en cualquiera de las direcciones en que miráramos, no en vano, su extensión no se mide en metros cuadrados, sino en kilómetros y kilómetros. A unas decenas de metros de donde estábamos la suave pendiente que procedía de la costa se precipitaba sobre una escarpada pared que llegaba por debajo de los 50 metros de profundidad. Esas paredes verticales también estaban completamente tapizadas de anémonas multicolores, siempre visibles hasta que se interponía entre ellas y nosotros algún espeso banco de peces estandarte o cirujanos. Lo más sorprendente de la inmersión -conocida popularmente como The Clownfish Valley o, lo que es lo mismo, “El valle de los peces payasos”- es que en cuanto más descendíamos por la pared, más tupida era la alfombra de anémonas, siendo los 35 metros de profundidad el lugar que concentraba más vida marina. Sin embargo, puesto que la luz era insuficiente para captar con precisión aquel extraordinario paisaje submarino, los fotógrafos decidimos ascender en busca de la suave luz de la mañana. Allí pudimos comprobar la gran cantidad de peces payaso que merodeaban alrededor de sus anémonas anfitrión. Sin embargo, había tantas anémonas que muchas no tenían inquilinos que las ocuparan. A primera vista se podían distinguir tres tipos de peces payasos, los de Clark (Amphiprion clarkii), los mofeta oriental (Amphiprion sandaracinos) y los payaso occidental (Amphiprion ocellaris).

El valle de los peces payasos
Estos peces anémona pertenecen a la familia Pomacentridae, incluído dentro de los conocidos peces damisela. Sus anfitriones, es decir, las anémonas con las que conviven, tienen el disco oral y los tentáculos plagados de unas algas microscópicas llamadas zooxantelas, y que necesitan la luz del sol para realizar la fotosíntesis y conseguir la glucosa, su principal fuente de energía. Por esto siempre las encontraremos -por lo menos esta es la teoría- a poca profundidad y en aguas muy luminosas y claras. Sin embargo, en este lugar remoto de Pulau Pura nos había sorprendido encontrarlas por debajo de los 30 metros de profundidad. Tanto la anémona, como el pez payaso encuentran beneficio en esta curiosa asociación. Mientras el pez encuentra entre los urticantes tentáculos de la anémona protección antes sus depredadores, su anfitriona encuentra beneficio en la gran actividad limpiadora de estos peces, ya que ellos se encargan de la eliminación de parásitos y restos, además de protegerla de los molestos picotazos de los peces mariposas, buenos comedores de tentáculos, muy bellos, pero también muy venenosos. Los payasos para poder sobrevivir en una jungla tan peligrosa como ésta y no morir víctima del veneno de su anfitrión, camufla constantemente todo su cuerpo con el mucus segregado por la anémona, cuya verdadera finalidad es evitar el disparo de los nematocistos propios, al tocarse entre sí los tentáculos. Para envolverse en este camuflaje químico, el pez, la primera vez que se acerca a su anémona, inicia un lento periodo de aclimatación, durante el cual realiza breves contactos y así, poco a poco, va cubriéndose la superficie corporal. Casi todas las especies de peces payasos pueden convivir con varios individuos en la misma anémona y, en este caso, se origina una jerarquía que tiraniza a los más débiles. Por regla general, el dominio lo ejerce la hembra, de mayor tamaño que los restantes, luego viene un macho algo menor que suele mostrarse agresivo en la época de reproducción y, al final de la escala, un grupo de peces más pequeños en talla, que no crecen por dedicar gran parte de su vida y energía a huir de sus congéneres más grandes. Si la hembra dominante fallece, el macho cambia de sexo ocupando el lugar dejado por ella, y uno de los peces pequeños pasa de hembra a macho y aumenta su tamaño.
A pocos metros de profundidad, donde nos encontrábamos, una ligera corriente lateral nos dificultaba el poder hacer fotos a los pequeños payasos, bastantes más tímidos que sus congéneres de otras aguas más acostumbrados a la presencia de buceadores. Sin embargo, la situación a pocos metros de distancia de nosotros, justo en la zona donde se encontraba el resto del grupo, se inició una repentina corriente descendente de gran fuerza que puso en un serio aprieto a los compañeros. Una fuerza invisible les sorprendió a unos 30 metros de profundidad y les empujó con gran virulencia hacia el fondo. Los que estaban cerca de la pared pudieron asirse a alguna roca o saliente y mantener la posición, pero otros fueron arrastrados en cuestión de segundo por debajo de los 50 metros de profundidad. Gracias a la gran experiencia que acumulaban, pudieron mantener la calma y, poco a poco, fueron remontando la pared con un gran esfuerzo. Al final, todo quedó en un gran susto.

Visita al volcán
Aquél repentino cambio de corrientes hizo que nos tomáramos con más calma la jornada y aprovechamos para desembarcar en la cercana isla de Lembata, dominada por el imponente Ili Api, un viejo volcán dormido de 1450 metros de altitud. Aunque es un volcán considerado activo, la última erupción tuvo lugar en el siglo XIX. En las inmersiones que hicimos en la zona, observamos en fondos marinos poco profundos y cercanos a la costa, multitud de finísimas columnas de burbujas que constantemente manan de entre las rocas volcánicas. Se trata de los gases que expulsa el volcán.
Los indígenas de Lembata tienen aún el Ili Api como un símbolo sagrado. Si la estación húmeda se retrasa, todavía, los lembatianos suben hasta el cráter del volcán y realizan ofrendas y sacrificios de animales con el objetivo de atraer las lluvias hasta allí. Los habitantes del lugar, viven hoy a pocos metros de la costa y su sustento proviene de los recursos que les ofrece el mar, pero no siempre fue así. Hasta hace unos 40 años, los indígenas vivían en otro poblado situado a unos 600 metros de altura, camino del Illi Api. Nuestra intención era visitar ese antiguo asentamiento. El viejo poblado es el sagrado hogar ancestral de los habitantes de la isla y alberga preciadas reliquias de la historia de esta gente. Para llegar hasta allí, hay que subir por un empinado e irregular camino de tierra durante, al menos, una hora y media de marcha. Algunos lugareños se ofrecieron a acompañarnos hasta allí y, durante el camino, tanto niños como adultos hicieron gala de sus primitivas armas como lanzas o arcos y flechas.
Actualmente abandonado, el viejo poblado sólo es utilizado por los lembatianos para celebraciones y ceremonias religiosas y de otra índole, como, por ejemplo, el Kacang (alubia), un festival que se celebra al final de septiembre o principios de octubre.
Los lugareños cuentan que durante la II Guerra Mundial, cuando los habitantes de la isla aún vivían en el poblado de la montaña, desembarcaron allí tropas del Ejército japonés y ocuparon el asentamiento. A punta de pistola y ametralladora, los habitantes fueron obligados a abandonar sus humildes casas y a trasladarse hasta la costa -donde residen actualmente-. Todo hombre mayor de 12 años y menor de 65 fueron obligados a trabajar en la construcción de la base militar de Hadakewa. A pesar de que la II Guerra mundial acabó años después y que los japoneses abandonaron aquellas islas, los lembatianos ya nunca volvieron a trasladarse al antiguo poblado y se establecieron definitivamente junto al mar.
El pueblo está formado por varias decenas de tradicionales casas con techo de paja, que no tienen paredes. La casa más grande y la primera que se encuentra uno cuando se interna en el poblado es la llamada Laba Making (Casa de hacer el clan). En su interior hay una gran plataforma hecha con madera de árboles y paja en la que llegaba a dormir hasta 20 personas. Hoy, en esta vivienda sólo hay unos tambores de bronce, de origen vietnamita, llamados mokos y una muestras de juegos de gongs.

 


ccc
 
Copyright (c) 2001 BUCEO XXI - S.G.I. Asociados - Todos los derechos reservados