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REPORTAJE
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Lo
artificial al servicio de lo natural
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 Los
arrecifes artificiales son una forma eficaz de combatir la degradación
de los ecosistemas marinos y recuperar especies amenazadas. La idea
consiste en sumergir diversos objetos, como bloques de hormigón
cúbicos y vigas de hierro en cruz o pecios (barcos hundidos).
Estos elementos se convierten en un hogar para los seres vivos de
la zona en peligro e impiden el uso de las destructivas redes de
los buques arrastreros. Países de todo el mundo, entre ellos
España, han introducido en sus aguas cientos de estas estructuras.
En algunos casos, su uso tiene también una vertiente turística,
al permitir la práctica del buceo o del surf. Los arrecifes
artificiales evitan que las destructivas redes de arrastre realicen
su trabajo y suponen un lugar sobre el que se pueden fijar todo
tipo de animales, plantas y organismos vivos, como algas, corales
u ostras. Por su parte, diversos peces aprovechan sus recovecos
para asentar su hogar.
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Diversos
estudios han demostrado que los arrecifes artificiales
favorecen al cabo de unos pocos años la recuperación
de la zona dañada y de la pesca artesanal y
sostenible. Según la organización Oceana,
algunas investigaciones han señalado cifras
de volúmenes de fauna hasta 35 veces superior
a las encontradas en fondos circundantes. Un estudio
sobre pecios a diferentes profundidades en el Golfo
de México demostró que especies amenazadas
como los corales de profundidad de los géneros
Lophelia y Oculina colonizaban estas estructuras.
Los responsables del Ministerio de Medio Ambiente
y Medio Rural y Marino (MARM) aseguran que los arrecifes
artificiales reducen la mortalidad de las fases juveniles
antes de su reproducción, facilitan fuentes
de alimentación para determinadas especies
y posibilitan la supervivencia de adultos reproductores
en zonas nuevas y la mejora en la gestión de
los usos de estos recursos. Más de 40 países
de todo el mundo, como Estados unidos, Canadá,
Japón, Australia, Nueva Zelanda, Francia o
España, utilizan desde hace décadas
estos arrecifes artificiales con fines de protección
y restauración de los fondos submarinos. Diversas
empresas y organizaciones se han especializado en
la promoción, instalación y posterior
seguimiento de estas estructuras. En Japón,
se comercializan más de cien modelos diferentes,
denominados "Tsukiiso".
Arrecifes
artificiales en España
Los arrecifes artificiales en España se comenzaron
a usar a principios de los años ochenta. En
la actualidad, se contabilizan 130 repartidos por
toda la costa peninsular e insular, que pueden verse
en la base de datos del MARM. Cataluña cuenta
con los primeros, a partir del proyecto "Escorpora",
en 1981 y Sa Riera-Begur, en 1982. Durante esa década,
se colocaron una decena de nuevos arrecifes artificiales
en Cataluña, Valencia, Canarias, Baleares y
Andalucía. Pero es en los años noventa
cuando despega el uso de estos arrecifes como medida
de gestión pesquera, al instalarse 93. Los
responsables instituciones contemplan estos sistemas
como una medida de preservación directa de
los hábitats de interés pesquero y de
regeneración de los recursos. Por ello, se
han decantado por el uso de arrecifes artificiales
de protección, para disuadir a los buques arrastreros
de sus prácticas ilegales. Este tipo de estructuras
ocupan zonas superiores a la decena de km2. Los módulos
se distribuyen de forma discontinua en barreras y
se dejan entre sí áreas libres que permiten
las actividades pesqueras no destructivas. Las autoridades
fijan una zona
protegida alrededor del arrecife y, en algunas ocasiones,
pueden prohibir la pesca.
Los responsables de estos arrecifes utilizan sistemas
de navegación y posicionamiento por satélite
GPS para localizar de forma correcta su ubicación
y su posterior seguimiento. Una vez instalados, se
realizan estudios durante al menos cinco años
para comprobar los resultados. Los investigadores
utilizan diversos sistemas, como aparatos de sonar,
mapas digitalizados del relieve del fondo marino,
encuestas al sector pesquero o capturas experimentales.
Detractores
Algunos de estos arrecifes artificiales han recibido
críticas por sus efectos negativos. En ciertos
casos, se han utilizado neumáticos usados o
pecios que contenían diversas sustancias tóxicas.
En otros casos, se han ubicado en lugares sin el debido
estudio de impacto ambiental o no se ha realizado
un seguimiento posterior de sus efectos a lo largo
del tiempo. Según Oceana, en los últimos
años se han mejorado los parámetros
ambientales, como la eliminación de compuestos
tóxicos o zonas que tenían un potencial
de contaminación del medio, así como
el estudio del lugar o la utilidad que podía
ofrecer.
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Buceo y surf
de arrecife artificial
Algunos arrecifes artificiales se utilizan también
para atraer al turismo, a la vez que se recupera o conserva
un ecosistema. El aprovechamiento de pecios o el hundimiento
provocado de barcos en desuso para atraer submarinistas
se ha convertido en una práctica cada vez más
extendida. En Los Cayos de Florida se utiliza esta práctica
desde hace más de tres décadas. En sus aguas
reposa el barco más grande del mundo hundido de
forma deliberada con este objetivo, el Spiegel Grove.
Este buque, de 170 metros de eslora, se destinó
al transporte de tropas estadounidenses. En las Islas
Orcadas (Escocia), el fondeadero de Scapa Flow presume
del mayor enclave europeo de pecios, debido a las dos
guerras mundiales. En esta zona se pueden encontrar diversos
buques de más de 170 metros de eslora que ahora
atraen unas 5.000 inmersiones al año. Sus defensores
aseguran que gracias a estas estructuras se reduce el
impacto de los buceadores que se sumergen en arrecifes
naturales, se incrementan los ingresos por turismo y se
abren nuevas posibilidades de educación y de investigación
ambiental. La práctica del surf también
se aprovecha de estos arrecifes artificiales. Gracias
a ellos, se mejoran los flujos hidrodinámicos para
crear olas más favorables a este deporte. Para
ello se utilizan diversos sistemas, como rocas de granito
en forma piramidal o bolsas de gran tamaño rellenas
de arena. El Segundo (Los Angeles, California) y Cable
Beach (Perth, Australia) fueron los primeros lugares en
utilizarlos con este objetivo. En Europa, el primer arrecife
artificial "surfero" se puso en marcha en 2009
en Boscombe (Reino Unido), para crear olas un 30% más
grandes y doblar el número de días para
echarse al agua.
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