Cada vez que iniciamos durante una inmersión se
nos produce, a pequeña escala, el fenómeno
de la succión de las gafas. Sin embargo no sufrimos
sus consecuencias porque vamos espirando sin darnos cuenta
pequeñas cantidades de aire por la nariz para evitar
el aplastamiento de la máscara sobre nuestra cara.
Si no lo hiciéramos, terminaríamos padeciendo
los efectos de un verdadero placaje de las gafas. Cuanto
más rápido descendamos, más notaremos
las molestias que provoca el efecto ventosa, y más
conscientes seremos de la maniobra que tenemos que realizar
para solventar el problema, pues incluso tendremos que soplar
con fuerza por la nariz. Un ejemplo de estos actos instintivos
que se consiguen con la experiencia podría ser el
de la conducción de un vehículo en línea
recta. Cuando somos novatos al volante, hasta la más
mínima corrección de la trayectoria en línea
recta nos supone una atención consciente de que la
estamos rectificando. Con el tiempo, esas modificaciones
se convierten en actos instintivos, y sólo cuando
debemos tomar una curva o cambiar de carril nos percataremos
de que estamos cambiando la trayectoria; al igual, sólo
cuando descendamos bruscamente al bucear, seremos conscientes
de que estamos soplando por la nariz por deberlo hacer con
empeño.
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La succión de las gafas se produce como consecuencia
directa de la Ley de Boyle-Mariotte. El aire atrapado en
ellas está sometido aun aumento de presión
conforme descendemos. Esto provoca que disminuya de volumen
y que apriete las gafas contra la cara. Si nos metemos más
aire en este espacio cada vez más reducido terminaremos
la inmersión con signos más o menos alarmantes
de dicho efecto ventosa.
A pesar de que es un accidente benigno, el aspecto de la
cara del buceador que lo ha padecido puede ser bastante
alarmante, pudiendo presentarse uno o varios de los siguientes
efectos: enrojecimiento del rostro, hematoma en el contorno
de las gafas, epistaxis (sangrado por la nariz) y rotura
de vasos sanguíneos oculares conjuntivales.
Para prevenir este accidente basta con ir soplando por
la nariz a medida que notemos la más ligera presión
sobre la cara. Por supuesto, los descensos deben ser lentos
y progresivos. Y en el caso de que se tenga facilidad para
el sangrado nasal, es preferible usar gafas de gran volumen,
pues acusan menos el efecto de la reducción de volumen
de aire.
El tratamiento es innecesario para los hematomas que se
producen tanto en el contorno de las gafas como en la conjuntiva
ocular; aunque si estos últimos son muy extensos
conviene visitar al oftalmólogo. En el caso del sangrado
nasal basta tratarlo durante unos minutos como cualquier
epistasis, esto es, inclinando la cabeza y comprimiendo
la fosa nasal que sangra.
Exceptuando las epistaxis en individuos con tendencia a
ellas, un barotraumatismo por succión de gafas indica
falta de seguridad y de formación del buceador, pues
teme manipular un elemento importante de su equipo, las
gafas, aunque solo sea para soltar aire dentro, ya que es
imposible sufrir un placaje de máscara sin notar
sus molestias durante la inmersión.
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