Casi
todas las personas estamos expuestas a sufrir estrés
alguna vez durante períodos más o menos largos.
La forma de afrontar el estrés da lugar a experiencias
únicas para cada uno, y las que para una persona pueden
resultar angustiosas, para otra pueden no serlo. Habitualmente
quien padece de estrés se refiere a su faceta negativa,
más correctamente denominada ansiedad.
El estrés, término utilizado por primera vez
en 1936 por el fisiólogo canadiense Hans Seyle, se
puede definir como el estado que experimentamos cuando hay
un desajuste entre el estímulo que demanda una acción
por nuestra parte y la percepción de la capacidad propia
para hacer frente a esa situación. Éste puede
ser positivo, produciendo una mayor intensidad en nuestras
tareas, potenciando nuestra creatividad y el éxito
en nuestro trabajo, pero también puede perjudicar nuestra
salud, las relaciones personales y el rendimiento en general.
Cuando el individuo reacciona incorrectamente o de manera
desproporcionada ante los estímulos exteriores, o a
veces en ausencia de ellos, se desencadena un proceso de deterioro
del funcionamiento psicosocial y fisiológico. Si la
situación de ansiedad es continuada durante meses (más
de seis) se trata ya de una enfermedad propiamente dicha,
siendo actualmente la enfermedad psiquiátrica más
frecuente. Hoy en día se han llegado a alcanzar porcentajes
del 3 al 5 % de la población adulta afectada, teniendo
las mujeres el doble de probabilidad de padecerla.
El
perfil de personalidad más sensible a padecerla es
el de un individuo perfeccionista y altamente responsable
en todos los aspectos de su vida.
Para lograr el control de la ansiedad es crucial tener la
capacidad de reconocer y controlar los síntomas que
produce, que pueden ser tanto físicos como mentales:
palpitaciones, sensación de ahogo, respiración
poco profunda y rápida, náuseas, tensión
muscular, calambres, cansancio crónico, inquietud,
hiperactividad, problemas de sueño, angustia, impaciencia,
irritación, etc. En numerosos casos se acompañan
con síntomas de depresión. Hay que tener cuidado
a la hora de interpretar los signos de la ansiedad. El ansioso
se convierte en una persona tan preocupada y angustiada por
los problemas, reales o no, que no suele darse cuenta de que
padece ansiedad. Además, se suma la percepción
del paciente de que la ansiedad no está considerada
socialmente como un enfermedad propiamente dicha. Esto puede
desembocar, si la situación es muy prolongada, en dolencias
serias, causadas fundamentalmente por el incremento de generación
de determinadas hormonas. Uno de los efectos más significativos
es la debilitación del sistema inmunológico
debido al incremento en la producción de cortisona,
lo que origina continuos resfriados, gripes, alergias, etc.
A su vez, unos niveles excesivos de noradrenalina pueden producir
trastornos cardíacos y circulatorios, que pueden desembocar
en anginas de pecho y ataques al corazón. La presencia
en exceso de ciertas hormonas tales como la adrenalina, cortisona,
noradrenalina y otras, hacen aumentar los niveles normales
de glucosa, colesterol y triglicéridos. De esto se
deduce que se trata de una enfermedad que puede llegar a ser
grave a largo plazo.
Esta enfermedad requiere tratamiento psicológico y
psiquiátrico durante un largo período de tiempo.
Se trata pues, de combinar medicación y psicoterapia.
Como medicamentos se utilizan diversos ansiolíticos
y antidepresivos que permiten mitigar los efectos negativos
de la enfermedad. La psicoterapia debe incluir procesos de
autoanálisis, técnicas de relajación
y control de la respiración.
El buceo, como deporte de alto contenido en emociones y disfrute
puede ser, cuando éste es tranquilo y relajante, compatible
y beneficioso para contribuir a la mejoría del paciente.
Pero también hay que tener en cuenta que incluso para
una persona sana, bajo ciertas condiciones ambientales o personales,
el propio buceo puede ser fuente de estrés.
Pero, ¿se puede o no se puede bucear con síntomas
de ansiedad?. Lo razonable es no bucear cuando uno tiene síntomas,
pero cuando éstos son leves y no requieren de ayuda
médica es posible la práctica de este deporte
siempre que se acompañe con ejercicios de relajación
previos y que los síntomas no se presenten durante
las horas anteriores a la inmersión. Es el caso frecuente
de unas vacaciones de buceo tras un período intenso
de trabajo. En esta circunstancia debemos tratar de relajarnos
al máximo antes de comenzar las inmersiones para evitar
así pasar un mal rato, que nos arruinaría el
verdadero objetivo del buceo, que es el disfrute y el relax.
En el caso de ansiedad grave y si el enfermo no es consciente
de su enfermedad y no recibe tratamiento, se pueden ocasionar
situaciones muy peligrosas debajo del agua por lo que se considera
una contraindicación absoluta para la práctica
del buceo.
Cuando la ansiedad es grave y está debidamente identificada
y tratada, es preciso indicar que cualquier medicación
que actúe sobre el sistema nervioso (antidepresivos,
tranquilizantes, etc.), es capaz de interferir y alterar el
metabolismo del organismo, así como influir sobre los
efectos del nitrógeno sobre el cuerpo. Debe ser el
psiquiatra, valorando las dosis de medicación que recibe
el enfermo en las fases finales del tratamiento, si permite
la práctica de esta actividad.
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