¿Cuál
fue su impresión general de la Antártida?
Es un lugar maravilloso,
increíble, que hay que conservar a toda costa. Es otra
realidad, es un paisaje sobrecogedor. Lo más duro no
es el frío sino la lejanía de los seres queridos,
de la familia. Si me propusieran irme a alguna de las estaciones
antártidas por una temporada, lo único que me
retraería sería el dejar de ver a mis hijos
y a mi mujer. Por lo demás, el frío merece la
pena, porque una experiencia así es lo que da sentido
a la vida.
¿Bucear en esas aguas
es casi un acto de heroísmo científico
por no llamarlo de otro modo?
Bucear en esas aguas es un placer (con un traje seco). La
fauna es más bien pobre, y hay una visibilidad reducida,
pero estar metido debajo de un iceberg o junto a un paredón
de hielo, si no falla nada del equipo, es un placer. Hace
20 años nuestros equipos eran bastante menos avanzados
que los de ahora. Llevábamos unos trajes secos Viking,
unos reguladores preparados para bucear en aguas extremas,
pero los guantes de los trajes se perdieron y hubo que improvisar
un apaño con guantes de neopreno normales y unos finos
de lana.
¿Qué resultados
obtuvieron?
Aparte de la satisfacción personal de los que buceamos,
los resultados prácticos no fueron espectaculares.
Aquella expedición lo que sirvió fue para hacer
ver a la opinión pública que existía
un continente que se llamaba Antártida, que no era
de nadie, en el que sólo se hacía trabajo científico,
sin explotaciones comerciales, y que había que apuntarse
al carro de los países interesados en la Antártida.
El objetivo se consiguió con creces. A partir de ahí
vinieron expediciones que han obtenido resultados científicos
en todos los terrenos.
¿Cuál fue el momento más emocionante
que recuerda?
Los animales son bastante confiados porque no han tenido experiencias
anteriores con el ser humano, y te permiten acercarse mucho:
elefantes marinos, pingüinos...esa química con
los animales hace que la Antártida sea muy especial.
¿Por qué se
eligió una goleta como el Idus de Marzo?
Fundamentalmente por imagen. Era un barco que se acababa de
construir, era muy bonito, tenía tres palos, era el
buque español a vela más grande, después
del Juan Sebastián Elcano, estaba dotado técnicamente
con tecnología puntera para aquella época, y
la asociación que estaba detrás de que España
participara en las investigaciones de la Antártida
se enteró de la construcción de esta goleta
y nos fichó para hacer ese primer viaje
de la Idus de Marzo. El asunto se vendió
muy bien en los medios de comunicación, que era lo
que se pretendía.
¿Ha
cambiado mucho la Antártida desde entonces?
El precio al que estamos sometiendo a la Antártida,
como al resto del planeta, es muy importante, y día
a día se va deteriorando. Quizás algún
día espabilemos como especie, pero de momento nos estamos
dedicando a cargarnos el planeta.
¿Fue más duro conseguir fondos para rehabilitar
el Saltillo que su experiencia en el continente helado?
Sin duda, fue mucho más duro, no sólo conseguir
los fondos, sino también rehabilitarlo. Ha sido un
proceso de doce años y en muchos casos con ganas de
tirar la toalla. Pero afortunadamente la historia ha acabado
bien.
¿Qué actividades
realizan en el Saltillo; también se bucea?
Sí, además tenemos un compresor, que fue el
primer equipo que se instaló abordo. Hacemos salidas
de prácticas con alumnos de la Escuela Técnica
Superior de Náutica y Máquinas Navales, y con
alumnos de la Universidad del País Vasco en general.
Hay una capacidad para 20 personas y la vida abordo es igual
que la que va a tener un marino en un barco mercante, con
el aliciente extra de navegar a vela. También hacemos
salidas de tipo científico o culturales con tripulaciones
variadas.
¿Es
más difícil dirigir una escuela universitaria
que gobernar una goleta?
Son cosas diferentes. Da más trabajo la Escuela, la
dirección de un centro universitario. Pero capitaneando
el Saltillo o la Idus de Marzo estás con el alma en
vilo continuamente por el miedo a que pueda haber un accidente,
que le pase algo a algún alumno. Esas cosas pasan en
un barco y más si es de vela.
¿Cuál es la
situación de los alumnos de la Escuela Náutica
respecto a su futuro laboral? ¿Es una profesión
con futuro?
Teóricamente formamos gente de mar, alumnos que pueden
acceder al título tanto de Capitán como de Jefe
de Máquinas, pero el mundo marítimo ofrece cantidad
de puestos de trabajo también en tierra. Cada vez más
nuestros alumnos prácticamente no navegan, terminan
su licenciatura y te los encuentras al cabo de unos días
trabajando en una empresa. A mi como marino y amante de la
mar me da un poco de tristeza, pero esto es la realidad de
hoy en día. Hay mucho trabajo y nuestro índice
de paro es cero.
Yo, si volviera a nacer, volvería a estudiar náutica.
Me parece un trabajo divertidísimo, evidentemente si
te gusta la mar, viajar, conocer el mundo y la naturaleza.
Náutica es una profesión ideal para los que
disfrutan con esto y además hay muchísimo trabajo
en tierra. Hoy en día su dificultad es más grande
porque técnicamente los retos son mayores, los barcos
son como grandes empresas sofisticadísimas y al final
todo pasa por un responsable, Capitán o Jefe de Máquinas.
Así que el grado de preparación técnica
es muy grande, por lo que resulta una carrera muy atractiva,
tanto a nivel de estudios como de desarrollo práctico.
¿Qué
problemas plantea gobernar un buque con la tremenda responsabilidad
que eso supone en algunos casos?
El mayor problema de un barco es que, a pesar de estar muy
comunicado, no dejas de estar solo. Cuando estás en
la mitad del mar, lo que pasa abordo lo solucionas tú,
tienes que tomar todas las decisiones en tiempo real. Es una
profesión que te exige un nivel de preparación
muy importante a nivel técnico, pero también
a nivel personal.
¿Cómo podemos
evitar accidentes como los del Prestige?
Esto es como preguntar cómo podemos evitar los accidentes
de circulación. Todos sabemos que son inevitables pero,
sin embargo, pensamos que los accidentes marítimos
por supuesto que se pueden evitar. Posiblemente
no se puedan evitar ni unos ni otros. Se pueden hacer unas
normas de circulación más seguras, unos coches
más seguros y carreteras más seguras, pero posiblemente
siempre haya accidentes. ¡Ojalá me equivoque!
Con los barcos pasa lo mismo. Puedes prohibir la navegación
a buques de una determinada edad, puedes obligarles a llevar
doble casco, puedes elevar el nivel técnico de preparación
de las tripulaciones, puedes alejar más los barcos
de la costa...Pero luego siempre los barcos acaban descargando
en un puerto, pueden chocar...Creo que no se puede acabar
con este tipo de accidentes que, además son muy espectaculares.
¿Ayudaría tener
un protocolo de actuación para los accidentes que no
podamos evitar?
Estaría bien tenerlo y llevarlo a cabo. En el caso
concreto del Prestige no tengo ni idea de cuál hubiera
sido el correcto. Si el barco se hubiera resguardado no se
hubiera partido, pero también es posible que si el
barco no se llega a partir todo el mundo hubiera dicho que
se tomó la decisión correcta alejando el barco
de la costa. Es muy fácil, a la vista de los acontecimientos
pasados, decir lo que habría que haber hecho. Y lo
digo como Capitán y como uno de los afectados por el
tema del Prestige, que es abrumador. Es muy difícil
el tomar la decisión correcta.
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