El
pasado 6 de diciembre, el submarinista Eduardo Ferreiro murió
mientras se encontraba instalando los difusores del emisario submarino
de San Sebastián. El informe de la Guardia Civil sobre el
accidente, en el que resultó herido un segundo submarinista
que tuvo que ser tratado en una cámara hiperbárica,
detectó varias irregularidades: la botella del fallecido
no estaba contrastada y la última revisión la realizó
en octubre de 1992, no existía un regulador de emergencia,
su ordenador indicaba una profundidad máxima de 54 metros
cuando su licencia sólo le permitía bucear hasta 15,
y ninguno de los dos buzos figuraba como trabajador oficial de la
obra.
Este accidente ha causado estupor entre los profesionales del buceo
dado que se han incumplido todas las normas básicas de seguridad
y todas las normativas existentes, tanto por parte de los trabajadores
como de los empresarios.
Los buceadores son conscientes de que el riesgo forma parte de su
profesión, pero cuando ocurren accidentes de este tipo, que
perjudican al buceo en general y que significan una pérdida
irreparable para las familias, se abren las sospechas de que a pesar
de que todas las precauciones serían insuficientes para garantizar
un 100% de seguridad, en muchos casos se pasan por alto, por motivos
presupuestarios o de otra índole, cuestiones que multiplican
las posibilidades de accidentes como el sucedido.
Pocas empresas de buceo profesional en España cumplen con
las normas de seguridad establecidas respecto a material (reguladores,
compresores, botellas, calidad del aire) y respecto a otros aspectos
como seguros, licencias y condiciones de trabajo.
En cuanto a los buceadores, la experiencia hace que se valore el
riesgo y que el buzo sepa decir que no a cierto tipo de trabajos.
El título de buceo profesional no garantiza por si solo,
que una persona sea capaz de realizar su trabajo con total seguridad.
Para ello es fundamental que tanto el empresario como el equipo
de trabajo se comporten profesionalmente, primando la seguridad
sobre la competitividad. Cuando hablamos de actividades en las que
un error puede costar la vida de una persona, la exigencia de calidad
debe ser extrema y debe anteponerse a cualquier criterio económico.
Este asunto incumbe tanto a los empresarios como a los buceadores,
que no deben tolerar la falta de medidas de seguridad para realizar
su trabajo.
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