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Economía


De todas las acepciones que tiene la palabra “economía” me quedo con estas dos: “Administración eficaz y razonable de los bienes. Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos”. Con un planeta superpoblado que aspira a un modelo de desarrollo capitalista todos los bienes son escasos, por eso la economía se ha transformado en la religión de nuestra época.

Una de las necesidades humanas materiales (y espirituales añadiría yo) es la de conservar el medio natural y la biodiversidad. No hace falta explicar por qué, pero si cómo, cuando esta necesidad básica entra en colisión frontal con el resto de necesidades. Un informe conjunto de la International Union for Conservation of Nature y de Shell Internacional Ltd sugieren que la solución es hacer de la conservación un negocio. Viniendo de la multinacional más poderosa del petróleo, gas y química no deja de ser algo cínico. Es lo mismo que decir “Si quieres la paz prepárate para la guerra” (Si vis pacem, para bellum). Creo que el cómo no es más importante que entender el por qué. Sobre todo hay que entender que no hay elección, no son bienes alternativos. Es como si en la ecuación tuviéramos que elegir entre la vida o la libertad. ¿Qué sentido tendría una sin la otra?

Introducir entre los criterios conservacionistas el económico, es engañoso. La lógica económica natural, la de la definición de líneas arriba, está pervertida por la lógica del capital. Ejemplo de ello es cómo se resuelven los conflictos entre beneficios versus medio ambiente. Si se demuestra que vamos a eliminar un bosque de posidonia, replantamos en otro lugar la misma extensión y todos contentos. En mi ciudad existe una política similar con los árboles que se talan para construir viviendas. Pero la naturaleza no se acopla a estas arbitrariedades de planificación urbanística. ¡Y a veces hablar de planificación es un eufemismo! Siguiendo esta lógica Repsol-YPF para conseguir hacer sus prospecciones en Canarias podría proponer crear tantos metros cuadrados de arrecife como destruyan sus sondas. Y asegurar las plataformas con cantidades millonarias de modo que si hay derrames se indemniza a todo pichichi y aquí paz y después gloria. ¿Qué más se puede pedir?

Pues sí, pedimos un esfuerzo más allá de los balances de pérdidas y ganancias. Se pide que en vez de buscar más petróleo se busquen energías limpias y renovables. Se pide que en vez de replantar posidonia se impida el crecimiento urbanístico de la costa y se impida la especulación con un bien común: el suelo. No queremos tiritas oiga, no queremos tratamiento, queremos prevención, queremos salud. Que los negocios y la salud no sólo son compatibles sino amigos del alma, ya lo sabemos. No hay mas que echar un vistazo al chiringuito que tiene montado las multinacionales farmacéuticas. Con el medio ambiente puede pasar tres cuartos de lo mismo. A qué viene si no, de la noche a la mañana, que todas las eléctricas del país sean ecologistas y piensen que lo más importante para ellas es la conservación del medio ambiente. Pero lo que no parece que han captado es que ni la salud ni el medio ambiente deberían ser un negocio sino un derecho y un patrimonio de la humanidad del que nadie debería apropiarse.

Así que yo le diría a Anote Tong, Presidente del atolón de Kiribati, que está pidiendo a la comunidad internacional que le ayude a reubicar a sus ciudadanos ante la amenaza de desaparición de esta nación del Pacífico Sur debido al aumento del nivel del mar, que pida asilo en Oqyana World, ese faraónico archipiélago artificial que los magnates del petróleo de Dubai están construyendo frente a sus costas. Kiribati se ahoga en el Pacífico porque el petróleo que quemamos ha hecho subir el nivel del mar. Si dicen que vale, que se sientan como en su casa, entonces me creeré el romance entre multinacionales y medio ambiente. De lo contrario seguiré pensando que todo es cuestión de marketing; la hoguera de las vanidades.

 

Javier Salaberria


 
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