Sin energía no hay movimiento ni proceso alguno ni siquiera durante una milésima de segundo. Sin energía no hay construcción, ni mantenimiento de estructura alguna: sin energía no hay crecimiento ni procreación. Sin balance energético positivo no hay generación ni conservación de orden en un cosmos caótico y entrópico.
Descubrir el papel decisivo de la “cooperación” para la obtención y aprovechamiento de la energía en las formas vivas primitivas, en forma de simbiosis y cooperaciones biológicas, ha permitido contemplar el mundo con un mayor optimismo. La simbiosis debe primar con relación a la simple selección natural o “ley del más fuerte” porque esta última, transferida del mundo biológico a las sociedades humanas, ha provocado y sigue provocado grandes desastres.
El proceso evolutivo hace tiempo que pasó por nosotros y ahora sigue su curso en las estructuras estatales, las grandes empresas y las demás entidades creadas por el hombre, dentro de las cuales el individuo es sólo es una especie de célula germinal piloto.
Todas las especies se han adaptado biológicamente a su entorno. Sólo el ser humano ha superado los condicionantes ambientales y de forma progresiva ha sido capaz de adaptar el territorio a sus necesidades. Los hitos de esta capacidad van ligados a la energía, un instrumento siempre indispensable... y peligroso.
Lo más curioso de estos párrafos, entresacados del prólogo que Albert Serratosa realiza a la segunda edición española de “Energón: la evolución y la energía” (Editorial:Katelani, Vilassar de Mar, 2002), obra cumbre de Hans Hass, es que ha sido un observador privilegiado de la naturaleza, pionero e historia viviente del buceo, quien haya desarrollado estas ideas en su teoría del Energón.
Uno podrá o no estar de acuerdo con ellas. Yo mantengo la tesis de otro gran alemán, Goethe, quien ya en siglo XVIII afirmaba “la naturaleza no es un sistema”, por lo que en parte estoy en desacuerdo con Hass cuando intenta aplicar la Teoría General de Sistemas a la naturaleza. Los sistemas no se sostienen en el vacío, siempre hay alguien detrás. Es el caso de la Naturaleza, “una prenda fragante dejada caer a propósito, con el nombre del dueño en alguna punta, para que lo veamos y lo notemos, y nos preguntemos, ¿de quién?”, como sugiere Walt Whitman.
Pero lo verdaderamente meritorio e interesante de Hans Hass es que nos ha devuelto a los griegos. Sí, la ciencia en su estado más puro y esperanzador. El científico que no sólo trata de observar la naturaleza para controlarla, para desarrollar nuevas tecnologías que le den ese preciado aprovechamiento del proceso energético (descrito magníficamente por el Energón de Hass), sino que también la observa para responder a las grandes preguntas, para entender el papel que el ser humano juega en la existencia.
Nadie puede poner en duda que Hans Hass ha vivido el buceo en todas sus posibilidades, con total intensidad, experimentando cada paso de su evolución desde los inicios. Él ha sido el primero en hacer casi todo lo que luego han hecho los demás. Pero lo que más me llama la atención es que no ha limitado su experiencia a una contemplación hedonista y técnica de la naturaleza, sino que se ha enfrentado a ella como si de un libro abierto se tratara y ha intentado entender y descifrar sus signos, los significados de ese código fragrante que está ahí para que “lo veamos, lo notemos y nos preguntemos...”.
Cuando uno tiene sus propia experiencia allí abajo. La de este hombre excepcional no sólo ha servido para abrirnos camino a los demás y para mostrarnos con sus fotografías y películas, mejor que ningún otro, cómo es aquella belleza indescriptible. También ha tratado de encontrar una explicación a la vida y al papel que nos ha tocado jugar en ella.
Lo más hermoso de todo es que esa explicación la ha encontrado allí abajo, buceando.
Gracias maestro por habernos abierto esa puerta.
Javier
Salaberria |