Según publica en www.viatusalud.com
el Dr. Francisco Javier Lavilla Royo, especialista en Nefrología
de la Clínica Universitaria de Navarra, el Síndrome
Postvacacional “puede cursar de diversas formas. Lo habitual
es padecer a la vuelta de vacaciones un cuadro de debilidad generalizada,
astenia e incluso pérdida de apetito. Puede haber problemas
de insomnio que conviven con una somnolencia importante a lo largo
del día. La capacidad de concentración se ve limitada
así como la tolerancia al trabajo. Esta falta de tolerancia
al trabajo viene caracterizada como una sensación de desidia
y hastío. En otras ocasiones puede aparecer una sensación
de angustia vital que puede llevar a un bloqueo en el cual la persona
que lo presenta es incapaz de tomar cualquier decisión. Puede
haber un cambio de carácter con cierta agresividad, sin embargo,
se establece habitualmente y de forma progresiva una sintomatología
más propia de un cuadro depresivo. Por todo ello, se afectan
diversos aspectos de nuestro estilo de vida. El trabajo, como he
comentado antes, resulta difícil de realizar. La concentración
así como la capacidad de tomar decisiones está deteriorada.
Puede ser imposible ordenar la agenda y poner en marcha todas las
gestiones o encargos propuestos. Por ello, puede iniciarse un verdadero
círculo vicioso en el cual el trabajo se va acumulando con
lo cual se une al nuevo trabajo por realizar, aumentado por el retraso
de toda la labor acumulada a lo largo del periodo vacacional. Una
persona introducida en esta dinámica puede acabar en un callejón
sin salida”.
A este síndrome muchos acaban
llamándole depresión, impropiamente, ya que en realidad
es simplemente un trastorno relacionado con el desorden que han
provocado la ruptura de hábitos y horarios así como
los viajes en general. Lo cierto es que el tradicional “irse
de vacaciones” ha pasado, en las últimas décadas,
de ser un privilegio a ser un derecho, y de ser un derecho a ser
casi una obligación social. Las personas se endeudan, se
estresan, se arriesgan a padecer exóticas enfermedades, a
matarse en la carretera por quedarse dormidos, a sufrir picaduras
de mosquitos, intoxicaciones alimentarias, retenciones de 30 kilómetros,
carbonizaciones diversas de la piel, y demás refinadas torturas,
para poder mostrar una colección de fotos y un video soporífero
a los amigos. Al llegar se acumulan los recibos, el trabajo, comienzan
los gastos relacionados con los colegios de los niños, el
caos se apodera del hogar arrastrando un desajuste horario y montañas
de ropa sin lavar. La despensa está vacía y para colmo
el vecino te comunica que durante tu ausencia una tubería
decidió aliviarse en las paredes de ambos pisos.
Las vacaciones deberían ser un
“descanso temporal de una actividad habitual, principalmente
del trabajo remunerado o de los estudios”, según reza
en el Diccionario de la Real Academia. Sin embargo, tengo comprobado
que el aspecto de los que permanecemos en casa, mientras los demás
se lanzan al desenfreno del éxodo vacacional, es infinitamente
más relajado y saludable que el de los que regresan de esa
especie de guerra de guerrillas en colonias extranjeras. Por supuesto,
como en todo, hay rangos. Normalmente el aspecto mejora proporcionalmente
a la capacidad de gasto. No es lo mismo volar en primera clase que
en turista, no es lo mismo. No es lo mismo viajar en un Mercedes
de última generación que en un turismo del 92 sin
aire acondicionado y con más de 200.000 kilómetros
en sus pistones. Y no es lo mismo ir a un destino de lujo, o a un
crucero de buceo en la Maldivas, que al camping de Matalasburras
con tus 4 hijos, los primos y tu cuñado.
Una experiencia que estoy seguro no tardarán
en ofrecer las agencias con vacaciones alternativas es el “rodriguezing”.
Una práctica habitual en el pasado que parece caer en desuso
y cuyas ventajas terapeúticas, puedo atestiguar, son inigualables.
Supongo que le añadirán servicios como comidas a domicilio,
limpieza doméstica, masajista, entradas para espectáculos
y chofer, entre otros. No produce síndrome postvacacional
porque en teoría no dejas de trabajar. Además, el
trabajo se hace mucho más agradable y llevadero con más
del 50% del personal desaparecido en combate y con una jornada intensiva
relajadísima, sin que apenas suenen los malditos teléfonos
móviles.
Lo cierto es que cuando ves algunos regresos de vacaciones te planteas
si no hubiera sido mejor que no salieran. Con lo bien que se lo
pasa uno redescubriendo su propia ciudad, o disfrutando de la tranquilidad
del hogar en una especie de domingo perpetuo en el que todas nuestras
pequeñas aficiones, arrinconadas durante el resto del año,
pueden volver a florecer, favoreciendo la mejora de nuestros humores
y devolviéndonos el gusto por nuestros placeres más
personales y sencillos. La soledad también es un destino
de lujo.
Javier
Salaberria |