Déjate ver y observa a tus vecinos

La Campaña de Seguridad Marítima que está poniendo en marcha la Federación Valenciana de Actividades Subacuáticas en colaboración con el Centro de Desarrollo Marítimo de la Generalitat Valenciana no podría ser más oportuna. En poco tiempo hemos tenido noticias escalofriantes sobre la muerte de buceadores en distintos tipos de accidentes, algunas veces no aclarados. El último desgraciado accidente se ha producido a finales del mes pasado en Menorca, cuando un instructor se caía de la embarcación neumática de la escuela de buceo donde llevaba unos pocos días trabajando. La hélice le seccionó gran parte de su brazo derecho, provocándole una hemorragia masiva que le acabaría causando la muerte. En Agosto de 1998, hace ahora 7 años, en la costa balear de Artá, otro buceador también moría desangrado porque la hélice de una embarcación le seccionaba completamente el brazo izquierdo y le causaba heridas en el resto del cuerpo. La sentencia condenatoria del piloto se ha conocido ahora. A pesar de no carecer de titulación para manejar la embarcación, el juez ha estimado que se trata de una falta de imprudencia absolviendo al piloto de la lancha y a su esposa del delito de homicidio imprudente por el que la acusación particular solicitó más de cuatro años de prisión. ¿Por qué? Porque el juez estima que el buceador también actuó imprudentemente al no señalizar su posición con la correspondiente boya reglamentaria.
Ambos casos, aunque separados en el tiempo y bajo circunstancias diferentes tienen, sin embargo, un denominador común: el buceador muere desangrado por amputación parcial causada por una hélice. A pesar de toda la tecnología desarrollada por los fabricantes de motores fueraborda, mejorando sus capacidades y prestaciones, su impacto ambiental, etc., las hélices siguen siendo mortales. ¿No hay forma de protegernos, y de paso proteger a otras criaturas, con algún tipo de dispositivo que las bloquee al menor signo de resistencia o, simplemente, que las cubra con una malla protectora?
El otro tema que nos preocupa es el creciente número de arrollamientos que se producen. Cada vez hay más buceadores en el agua, y cada vez hay más embarcaciones de todo tipo navegando y, también, más “novatos” que nunca a sus timones, por no llamarlos con otros adjetivos más fuertes. La mar ya tiene suficientes peligros ella sola para que nosotros decidamos añadir unos cuantos más en forma de domingueros irresponsables o de buceadores “freelance”.
Hay dos reglas de oro para evitar colisiones en la mar: hacerse ver con claridad y observar muy bien qué hacen los que andan cerca. Del mismo modo que conducir es un arte que tiene mucho más que ver con estar atento a lo que hacen los demás en la carretera y prever sus movimientos, que con manejar diestramente un vehículo; en la mar nunca debemos presuponer que estamos solos, por muy grande que nos parezca el océano. El mero hecho de escuchar el sonido de una embarcación en superficie, por muy lejano que parezca, debe ponernos en guardia. Es necesario cerciorarse siempre, antes de emerger, que en las cercanías no hay ningún objeto que pueda colisionar con nosotros, o que, por ejemplo, no nos encontramos justo en una rompiente de olas que nos puedan lanzar contra las rocas.
Elemental. Pero de básico que es, se nos olvida. Como lo de no lanzarnos al agua sin antes comprobar que no lo hacemos sobre la cabeza de un compañero. A menudo, preocupados por asuntos como las paradas de descompresión, el aire de nuestras botellas, la flotabilidad y la velocidad de ascenso, o nuestra posición exacta, se nos pasan por alto detalles simples pero fundamentales: ¿no estaremos subiendo justo debajo del casco de nuestra embarcación?. Desplazarse por cubierta en una pequeña neumática repleta de material de buceo y de personas, con un poco de oleaje y a cierta velocidad, no está exento de riesgos que olvidamos mientras estamos pensando en la inmersión que se aproxima. Darse un susto con el correspondiente chapuzón es el menor de ellos. Colocar una botella repleta de aire a presión en una situación inestable no es muy recomendable. Probar bajo el agua cómo pita el chaleco tras un largo periodo en dique seco tampoco lo es. Quizás salgamos como un cohete a la superficie con el consiguiente riesgo de barotraumatismo. Y quién no ha pensado alguna vez que lo del cuchillo es sólo para rambos. Quizás no opinan lo mismo los que se hayan visto alguna vez atrapados en una maraña de redes o cabos.
La Asociación del Rifle de los EEUU dice que es mejor tener un arma y no necesitarla que no tenerla y necesitarla. Quizás sea una exageración, pero en una cosa tienen razón, la prevención del riesgo nunca es superflua. Nuestras armas son la sensatez y el sentido común, que es el menos común de los sentidos, si nos atenemos a los hechos.
Además, ya no se trata de poner en riesgo nuestra propia integridad. Casi siempre, por no decir indefectiblemente, nuestras imprudencias afectan a terceros que cumplen concienzudamente con todas las normas de seguridad y prudencia exigidas para la práctica de nuestra fascinante actividad.

 

Javier Salaberria


 
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