No es lo mismo matar un pez para comérselo que utilizarlo
para nuestra diversión. No es lo mismo. Pero nada indica
que sea mejor o peor. En principio parece más natural que
depredemos para comer, pero sólo en principio, ya que para
eso somos la joya de la corona evolutiva y el vértice de
la pirámide depredadora: nuestro fin en la vida parece no
ser la mera supervivencia de la especie, sino la observación,
disfrute y, sobre todo, entendimiento de la Existencia. Por lo tanto
del ser humano no sólo debe esperarse que deprede para sobrevivir,
sino también que disfrute y aprenda con la naturaleza. Desde
el punto de vista del cosmos, por decirlo de algún modo,
es indiferente cómo lo hagamos, ya que nuestras acciones
nos afectan a nosotros, más que a nadie, y a las especies
que han tenido la mala o buena fortuna de compartir nuestro tiempo
y espacio. Pero al resto de la materia y energía del universo,
le importamos un carajo. Somos tan importantes como un mosquito
en la selva amazónica. Por poner un ejemplo: que no quede
un pez vivo en nuestros mares dentro de veinte años no alterará
ni un milímetro el desarrollo del gigantesco agujero negro
situado en el centro de nuestra galaxia. Salvo que uno sea creyente,
claro. En tal caso puede que piense que el susodicho agujero negro
venga a tragarse toda nuestra vanidad, por cafres.
Hoy comentaban en la radio que lo de las ayudas al sector pesquero
es “pan para hoy y hambre para mañana”. Nunca
más cierta esa expresión, ya que la supervivencia
de este sector, tal y como hoy están planteadas las relaciones
con el mar, supone la desaparición paradójica de la
pesca y de los pescadores en su totalidad. Así que lo peor
que se puede hacer es intervenir. La escasez de capturas es el último
intento del sistema de autorregularse: no hay capturas, desaparece
parte de la flota y del negocio, esto provoca una tregua biológica
forzada y una recuperación de los caladeros... y vuelve a
haber capturas. Mucho más efectivo que cualquier legislación.
Pero si volvemos a introducir en la cadena otro elemento antinatural
como las subvenciones, impedimos que la selección natural
se efectúe. Mi familia vivía de la pesca y se que
es difícil pensar a largo plazo. Lo que tú no pescas
lo pesca otro. A nadie le apetece quedarse en el paro o perder el
barco. A todos les viene bien las ayudas, no sólo a los pescadores
y armadores. Pero estoy viendo que en el asunto de la pesca se está
echando la toalla por parte de los principales protagonistas, y
asumiendo la muerte del mar, todos han decidido alargar la agonía
al máximo. De los políticos no se puede esperar otra
actitud ya que sólo pretenden ganar votos, evitando patatas
calientes y medidas impopulares. Pero de la gente de la mar yo espero
más, mucho más. Es imposible pasarse los días
mar adentro y no haber aprendido nada. Quiero creer que al final,
al igual que proclaman algunos cazadores, los pescadores se transformarán
en los primeros protectores del mar y de los peces. Que ellos mismos
renunciarán a sobreexplotar las especies; a utilizar artes
de pesca no selectivas o destructivas; que aprenderán a regularse
y a repudiar al que no sea un depredador respetuoso con el medio.
En un planeta superpoblado,
la pesca o la caza serán siempre actividades privilegiadas.
Nunca más podrán resolver los problemas nutricionales
de la especie salvo que ésta retroceda espectacularmente.
Hace cuarenta años en mi casa se comía pescado fresco,
de anzuelo, todos los días. Dentro de unos quince años
comerse una merluza salvaje, aunque sea sudafricana, será
como degustar un plato de jabalí cazado en nuestros bosques.
Algo que sólo unos pocos podrán hacer en contadas
ocasiones. En realidad, de la actitud que tomen hoy los pescadores
no dependerá tanto el futuro de la pesca como el de los propios
pescadores.
Sin embargo, a pesar de esta reflexión,
creo que el siguiente dilema al que nos deberemos enfrentar tiene
un calado mucho más profundo. No podemos pensar sólo
en nuestro placer a la hora de afrontar la relación con el
mar y sus criaturas. Ese punto de vista es tan miope como el que
ha llevado a los pescadores a su situación actual. Si la
lógica epicúrea y su consecuencia comercial se adueña
del buceo, éste formará parte de las actividades dañinas
para el mar en el próximo siglo.
Javier
Salaberria
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