Además
de arrojar luz sobre cómo a menudo damos por hecho una vida
confortable y una buena relación de pareja sin dedicarle
demasiado tiempo y esfuerzo, Open Water nos recuerda la fragilidad
y humanidad de los hombres y mujeres modernos en relación
al vasto e igualitario poder de la naturaleza comentaban los
padres de la criatura, Chris Kentis y su esposa Laura Lau, directores,
guionistas, productores y cámaras de la peli. No la he visto,
pero como todos me la han contado es como si lo hubiera hecho, y
sobre gustos los colores. Eso sí, el argumento es cutre,
pero lo peor de todo es que lo que sucede en celuloide sucedió
en la vida real, por muy increíble que parezca.
Estas
cosas no promocionan demasiado nuestra actividad. Tampoco lo hacen
el goteo de accidentes fatales que hemos sufrido este verano. El
peor de todos lo sufrió un cursillista, precisamente de un
curso Open Water, lo que independientemente del lugar de los hechos
y de los protagonistas, es una tragedia doble ya que, al cadáver
de un chico joven que quería aprender a bucear, deberíamos
añadir el cadáver profesional de su instructor o del
centro responsable, ya que si bien en otros casos la responsabilidad
del accidente recae únicamente en el buceador irresponsable
o desafortunado, en este caso recae en terceras personas que son
las que deberían haber evitado, por todos los medios posibles,
ese accidente. Por muy preparados que estemos, por muy diligentes
que seamos en nuestro trabajo, el error humano o técnico
siempre puede dar lugar a una situación de emergencia.
Pero los seres humanos somos todos olvidadizos
e inconscientes de nuestra fragilidad y humanidad como
dicen los productores de Open Water, así que damos
por hecho que todo va a ir de rositas. Pero si algo puede
ir mal, a veces va mal, pocas veces, pero sucede. Y no siempre le
sucede a otro, a veces nos sucede a nosotros. Lo siento tanto por
el chico y sus allegados como por el responsable de esa inmersión
y de ese centro de buceo, porque ahora les toca a ellos sufrir la
situación de pánico. Puede que tengan pruebas suficientes
de que en todo momento cumplieron con los protocolos adecuados para
casos de emergencia, que todo estaba en regla en la embarcación,
en las condiciones de la inmersión y en el centro de buceo.
Pero como no sea así, se les puede caer el pelo. Eso no los
transforma en unos demonios. Puede que muchos de nosotros hayamos
incumplido las normas con mayor delito en muchas ocasiones, pero,
¡ay amigo!, tuvimos la fortuna de que no pasó nada.
Quizás el responsable de ese centro sólo ha tenido
un despiste en su vida, pero la factura le va a salir muy cara.
Estas situaciones sólo son una serie de avisos para navegantes.
Si habéis tenido la sabia decisión
de pasar unos días de veraneo en el País Vasco habréis
asistido a un espectáculo inusual. Miles de coches abandonados
en las cunetas, algunos boca abajo, otros con el morro destrozado,
otros sin puertas ni ventanas, o saqueados... en fin, todo un espectáculo
de fiambres automovilísticos. Pero la huelga de grúas
no ha sido del todo negativa. Todos los que circulamos por esas
fantasmagóricas carreteras hemos bajado el pistón
ante semejante campaña improvisada de seguridad vial. Cada
una de esas lápidas nos recuerda a todos lo de la fragilidad
y humanidad, lo traicionera que es la carretera, la de vidas
que se cobra todos los días, especialmente las de gente joven,
lo difíciles que son de recuperar los coches si algo falla
en la cadena de seguro-grúa-taller, etc. Así que todos
andamos más tranquis que nunca por aquí arriba. Con
nuestro deporte deberíamos tomar nota. Accidentes de descompresión,
desaparecidos, errores en la enseñanza y películas
de terror... Esto no crea afición, señores. Esto echa
por tierra toda la publicidad positiva y la desmitificación
del riesgo que han logrado años de evolución en la
enseñanza del buceo deportivo. Quizás lo que deberíamos
desmitificar son algunas cuestiones que damos por hecho en el buceo.
Cuestiones como que es un deporte al alcance de todos, que es seguro,
que un título acredita tu capacidad permanentemente, que
se cumplen con las normas y protocolos, que el negocio no está
por encima de la seguridad, etc.
Yo estoy convencido de que no debería poder conducir
todo el mundo. Si uno quiere suicidarse, allá él.
Pero cuando con su actitud pone en peligro la vida de los demás,
entonces hay que apartarlo inmediata y definitivamente de la circulación.
Ni carné de puntos ni leches. Este no es un videojuego en
el que tienes varias vidas. Si fallas, fallas para siempre. Decirle
a alguien que se salta un stop bajo los efectos del alcohol: la
próxima vez te quito el carné, es insuficiente.
La próxima vez puede cargarse a un autobús de escolares.
Aplíquese el mismo cuento al buceo.
Javier Salaberria
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