Es curioso, cada
vez que nos cargamos algo, luego lo echamos de menos. Nos cargamos
a las ballenas y ahora nos parecen seres adorables. Nos cargamos
a las tribus indígenas de américa y ahora nos parecen
poseedoras de grandes verdades universales. Incluso echamos de menos
a los dinosaurios, y eso que nosotros no tuvimos nada que ver con
su extinción, como no sea que desaparecieran para que nosotros
heredáramos el planeta. Nos fuimos de la esclavitud del campo
a la liberadora gran ciudad y estamos deseando volver por vacaciones
para respirar aire puro y comer comida de verdad. Sin duda alguna,
sentiremos nostalgia por el sabor del pescado fresco, de anzuelo,
que nuestros nietos no conocerán como no sean ganadores del
cuponazo. También trataremos de explicarles a qué
sabía una naranja, una manzana o cómo era el pan,
algo que hoy resulta difícil de encontrar en las panaderías
ya que en su lugar hay una especie de bollo inconsistente de pasta
descongelada que a veces está tan seco que dándole
un golpecito lo transformas en pan rallado, de tantas cocciones
que ha tenido. Otras veces está crudo como la masa de una
croqueta sin freir, lo que puede producirte una explosión
de gases en el estómago. Dura fresco y tierno sólo
un par de horas pero cuesta el doble que hace unos pocos años.
A esto lo llamamos calidad de vida. Por lo del turismo
de sol y playa, nos cargamos todos y cada una de los arenales que
pillamos para construir hoteles y apartamentos a pie de playa. ¿Playa?
¿qué playa? La que había antes, supongo...Y
luego nos dedicamos a regenerar esas playas que ahora se encuentran
bajo nuestro garage. Para ello nos cargamos unos cuantos fondos,
vaciándo unos y cubriendo otros. En cuanto al sol, parece
que hay para rato, menos mal. Lo malo es que no podemos regularlo
y claro, nos hemos cargado todos los reguladores naturales. Así
que vamos a tener que cambiar de lema: turismo de insolación
y playas (si las encuentra), o turismo de huracanes,
inundaciones, y fenómenos sorprendentes. Sí,
de los de aquí te pillo y aquí te mato. También
podemos ir probando con turismo crematorio, dado el
horno que se está montando todos los años por estas
fechas en la antigua piel de toro, hoy piel de vaca, según
los aficionados. Eso por no hablar de los buenos tiempos en los
que nos movíamos a caballo y mula por el mundo. Nadie se
acuerda de ello, pero sí de lo que era un atasco de los de
antes en vez de una retención de 20 kilómetros de
las de ahora, o de lo difícil que era encontrar un sitio
para aparcar cuando se podía ir en coche a la playa y aparcar
gratis. ¡Hay cosas que sólo pasan una vez en la vida!
Como que La Selección no decepcione, supongo.
Poco a poco se nos saltarán las lágrimas
recordando cómo solíamos acabar una jornada de inmersión
en el chiringuito del puerto al olor del pescaito frito. En su lugar
habrán colocado un cajero, un cuartelillo y unas cuantas
cámaras de vigilancia.
Dicen que no aprecias lo que tienes hasta
que lo pierdes. Yo creo que en parte es cierto, pero no es necesario
esperar a que suceda. Simplemente hay que detenerse un instante
y reflexionar, algo para lo que estamos especialmente dotados todos
los seres humanos ya que es parte de nuestro equipamiento de serie.
Este es el primer paso para conservar lo que tenemos. Y a judgar
por todos los que nos visitan anualmente, merece la pena conservarlo.
Javier Salaberria
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