La seguridad no es segura

Lo siento. Vuelvo a ser pesimista. ¡Con lo que me gustaría alegrar el día a la gente! Hoy me temo que no va a poder ser. Con personas que al frente de la cosa pública piensan que seguridad es sinónimo de vigilancia y presencia policial, no me siento seguro; me siento vigilado. Ahora le toca el turno a los puertos. Más adelante serán los pantanos, las autopistas, los estadios, las centrales nucleares, las refinerías, las fiestas populares, las manifestaciones y, por qué no, cualquier actividad potencialmente peligrosa. El buceo es potencialmente peligroso, ya que entre otras cosas usamos unos objetos de alto riesgo: las botellas. Si ya de por sí ellas solitas pueden ocasionar un buen destrozo si les da por estallar, no quiero imaginar, ni activar la imaginación de otros, respecto al uso dañino que se le podría dar a nuestras entrañables compañeras de inmersión. Hasta la fecha, acceder a un puerto deportivo era relativamente sencillo, salvo por los clásicos atascos veraniegos. No se si en los puertos de mayor importancia como Barcelona, Algeciras o Bilbao esto también era así. Lo que está claro es que la cosa va a cambiar. Tras la conmoción colectiva que sufrimos con los espantosos atentados del 11-M, muchos nos hemos preguntado si el siguiente acto de terror será en el mar, dado que cielos y raíles han quedado estrechamente vigilados después de los atentados de Nueva York y Madrid. Pero esto plantea un gran problema, porque el mar, a diferencia del aire, está al alcance de todos. Si, por ejemplo, comparamos el número de puertos con el de aeropuertos, o el espacio que ocupan y la capacidad de acceso al mismo de los primeros, frente al reducido y restringido espacio de los aeropuertos, lo que podemos vigilar en uno y otro caso cambia mucho. Además, un aeropuerto sólo tiene una o dos actividades que vigilar relacionadas con el tráfico aéreo comercial de pasajeros y mercancías, el catering, las tiendas y servicios propios del aeropuerto, y la aviación de recreo, que es minoritaria. Pero si nos adentramos en los servicios que pude ofrecer un puerto de tamaño medio, la cuestión se complica muchísimo. El mismo espacio abierto portuario no tiene nada que ver con el vallado y reducido espacio de un aeropuerto, al que sólo podemos acceder por la puerta o por medio de un avión. ¿Van a cerrar los espacios portuarios y restringir el acceso a los mismos? La medida sería impopular, ya que los puertos siempre han sido espacios de esparcimiento públicos y parte de las actividades de sus instalaciones dependen de esa característica. Pienso no sólo en los clubes deportivos náuticos y los de buceo, también en los restaurantes, comercios, lonjas... Si sólo van a vigilar los embarques de grandes buques de pasajeros, la medida no pasará de ser un placebo para que los pasajeros se sientan más seguros. Si lo que se va a vigilar es toda la actividad portuaria, el trabajo será descomunal. Pensemos en la actividad de un gran puerto con un combinado industrial, pesquero, comercial y deportivo. Acabemos por complicarlo todo: ¿se van a coordinar todos los puertos del mundo en materias de control y seguridad de tráfico marítimo como lo han hecho los aeropuertos? Si no es así, ¿van a inspeccionar a todos los buques antes de que entren a puerto?.

La cuestión central en este asunto es: ¿hasta dónde puede llegar nuestra paranoia por la seguridad?; ¿toda la paranoia del mundo evitará que unos locos hagan saltar por los aires un petrolero en medio de uno de nuestros puertos?
La dialéctica seguridad-inseguridad se retroalimenta. Es algo parecido a lo que ocurre con la ley y la trampa: hecha la ley; hecha la trampa. Es más, normalmente la ley va por detrás de la trampa. No hay que entrar en esa dialéctica. Una moraleja que el superordenador de “Juegos de Guerra” aprendió jugando a la guerra nuclear: “la única forma de ganar en esta guerra es no jugando”. Nuestros problemas de seguridad no se encuentran en los fallos de seguridad del sistema sino en el sistema mismo, que es lo realmente peligroso. Si lo más seguro para acabar con los residuos tóxicos es no producirlos, lo más seguro para evitar la violencia es no vivir permanentemente ejerciéndola sobre todos los seres vivos del planeta, especialmente sobre los seres humanos. Lo que hagamos a la Madre Tierra, nos lo hacemos a nosotros mismos y tarde o temprano nos volverá. Así lo advertían los nativos americanos y así lo estamos comprobando en todos y cada uno de los aspectos de esta vida “desarrollada” que tenemos. Hasta nuestra sangre está contaminada por decenas de productos tóxicos. Ni los europarlamentarios se libran de ello.

Mientras estemos dispuestos a matar a más de 50.000 iraquíes para poder pagar menos por llenar nuestro depósito con gasóleo, nadie ni nada podrá garantizarnos que no saltaremos por los aires cuando nos encontremos tomándonos una piña colada a bordo de nuestro flamante crucero de buceo.


Javier Salaberria


 
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