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Fe
de erratas
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Si
ser agradecidos es de bien nacidos, reconocer los errores cometidos
es uno de los primeros signos de honradez y credibilidad, más
aún si la veracidad y exactitud de lo que uno pone en un papel
es condición esencial de su profesionalidad. A veces la intención
no es suficiente porque los resultados condenan el trabajo al desastre.
Un desastre que se puede producir por un simple lapsus, un baile de
cifras, o falta de tiempo para comprobar, corregir y repasar el trabajo
que das por bueno antes de tiempo. Nietzsche calificaba al periodismo
como alemán de marranos y estoy seguro que en su
época y en su país los periodistas tenían un
cuidado con el lenguaje que dista bastante del que hoy en día
tenemos aquí. Presumamos la buena fe de la mayoría de
nosotros, periodistas, y preguntémonos: ¿por qué
tanta errata, inexactitud, información sin contrastar y errores
de bulto? Y no hablemos de ortografía, que hoy en día
es inexistente tanto en los que escriben como en los que leen, por
lo que pasa desapercibida. ¿Por qué una persona que
vive de informar a los demás consigue a veces, con sus errores,
todo lo contrario? No quiero justificar lo injustificable pero sí
aplicar aquello de quien esté libre de pecado que tire
la primera piedra. Sin ir más lejos, en el pasado número
de BUCEO XXI titulamos en portada, ni más ni menos : Barras
y estrellas de coral -Baja California: el buceo más atractivo
de los EEUU-. Les faltó poco para quedársela,
ya que robaron a México el resto del estado de California,
pero Baja California, muy a pesar de los Beach Boys sigue siendo mexicana.
Puede que, a pesar de ello, sea el lugar de buceo más atractivo
para los EEUU porque está muy cerquita y les resulta
barato, pero está claro que metimos la zarpa hasta el tuétano.
Que nos perdonen nuestros amigos mexicanos. Lo más triste es
comprobar que en el interior del periódico el artículo
explica con todo lujo de detalles que la ruta transcurre en todo momento
por México, por lo que el error es de bulto.
Hay algo en nuestra forma de trabajar que está invocando al
error con insistencia, a pesar de que muchos de nosotros nos tomamos
nuestro trabajo con seriedad y venimos de una vieja escuela perfeccionista
en la que se nos educó en eso del amor por el trabajo bien
hecho. Una cuestión de amor propio más que de marketing
o certificados de calidad total. Pero ni por esas. Ni el más
perfeccionista de todos los profesionales consigue salir ileso en
esta guerra por cerrar periódicos contrarreloj cuando, además,
fallan todos los ordenadores en el último minuto y la publicidad
obliga a cambiar la mitad de las páginas cuando todo estaba
maquetado. Una simple epidemia de gripe puede dejar una redacción
patas arriba y el becario se ve obligado a hacer de gerente. Cuando
uno decide tomarse en febrero los malditos 15 días de vacaciones
que le quedaban, para escapar de las aglomeraciones: ¡Zas!,
un golpe de trabajo inesperado y a pasarse las noches anteriores agarrándose
los parpados con pinzas frente a esa mole generadora de dioptrías
que es la pantalla de un ordenador de los que usamos para maquetar.
Ni siquiera podemos refugiarnos tras un salvapantallas por aquello
de mantener calibrado el color. Los jefes se empeñan en que
la música relaja el espíritu y nos machacan con Kiss
FM que es como una especie de bombo de galeras marcando el ritmo al
que debe sonar el teclado, repetitivo hasta la saciedad. Por si fuera
poca toda esta tensión, el becario se va a tomar un café
de 30 minutos, no a servírselo a su jefe, como una falsa leyenda
trata de hacer creer a la plebe. El teléfono, situado a 100
metros de mi puesto de trabajo, suena enloquecido. En idas y venidas
dejo de tener un trabajo sedentario. ¡Gracias becario por cuidar
de mi estado físico! Pero todavía falta una fuente de
errores y confusión definitiva: la web. ¿Quién
dijo que Internet es el chollo de los periodistas? Por el contrario,
es su tumba. Hoy en día cualquier diseñador de chichinabo
puede componerte una revista o periódico con parches informativos
que ha sacado de aquí y de allá, parches que son refritos
y fusilados de otras noticias que a su vez han sido entresacadas de
agencias que a su vez reconstruyen y censuran la información
sesgada de un periodista que, por fin, sí ha estado en el lugar
de los hechos, pero no se ha enterado de la misa a la media. Al final
de esta cadena, que a veces parece la cadena del sanitario, una cadena
que como la trófica va acumulando toxinas, el consumidor final
se traga unas berzas de las que Dios le coja confesado.
Moraleja: a veces la única información veraz de un periódico
es la fecha y el número de edición. Pero recuerdo que
una vez, en otra empresa, llegamos a tirar dos periódicos consecutivos
con la misma portada. Hubo que echarlos todos a la basura y volver
a imprimir. Al menos nos queda el consuelo de que, de momento, nuestros
errores no matan a nadie y de que siempre tendremos otro número
para rectificar.
Gracias a todos nuestros lectores por su paciencia y compresión.
Javier Salaberria
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