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Pantallas
llenas de mar
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Las
relaciones entre los océanos del mundo y el cine siempre han
sido buenas. De hecho casi todas las películas de vocación
marinera o con la mar como una de las protagonistas del drama, han
sido siempre grandes éxitos de taquilla. Supongo que será,
entre otras cosas, porque al igual que ocurre cuando nos encontramos
navegando en sus aguas, la sensación de inmensidad refuerza
cualquier elemento épico o dramático, lo que da una
espectacularidad magistral a la acción, algo que no falla a
la hora de llenar las butacas de espectadores de todas las clases
y edades. El cine es, ante todo, espectáculo, y el océano
es espectacular en cualquiera de sus estados. Como compensación
a estas ventajas, supongo que rodar en un escenario natural de estas
características no debe ser nada fácil.
Todos los géneros han utilizado este decorado: desde la ciencia
ficción, pasando por las aventuras, el cine bélico,
las películas de amor, las de animales o las de dibujos animados.
La primera película de marineros que recuerdo me impresionó
cuando aún era un niño: Capitanes Intrépidos,
de Victor Fleming. En ella, Spencer Tracy encarna magistralmente a
un pescador que rescata a un niño de papá, víctima
de un naufragio, educándole en los duros y nobles valores marineros.
Le valió ganar la dorada estatuilla. Las escenas de heroísmo
eran de las que te hacen saltar las lágrimas y aún las
recuerdo como si las hubiera visto ayer. Después de aquella
vinieron muchas de piratas, donde a los españoles siempre les
secuestraban algún galeón gobernado por un subnormal
afeminado y gordinflón, o varios corsarios competían
por el mapa de la Isla del Tesoro. Moby Dick, 20.000 Leguas de Viaje
Submarino y Robinsón Crusoe fueron también tres de mis
preferidas, junto a la serie televisiva de ciencia ficción
Viaje al Fondo del Mar, que emulaba a Start Trek pero cambiando galaxias
por fondos marinos. Tampoco puedo olvidarme del simpático Flipper,
un delfín que para nuestra generación fue un fenómeno
similar al de la recientemente fallecida orca Keiko, de Liberad a
Willy. En el anfiteatro de madera o gallinero de un cine
ya desaparecido, en una de esas sesiones continuas en las que se producían
verdaderas guerras de palomitas y pipas, y algún que otro altercado
con el acomodador por cigarrillos clandestinos o escupitajos al patio
de butacas, vimos La Aventura del Poseidón, cuando el cine
catastrofista estaba de moda, sentimos retumbar los tablones con el
espectacular Sensorround de La batalla de Midway y contuvimos
la respiración con Tiburón: Yo no pude bañarme
tranquilo aquel verano. Los documentales de Jacques Cousteau acompañaron
parte de mis primeros años de universidad, cuando cualquier
excusa era buena para hacer un descansito y relajarse entre tema y
tema.
Ya más próximas a nuestros días recuerdo películas
como El Gran Azul, La Caza del Octubre Rojo, Water World, Abyss, la
Esfera, Titanic, Hombres de Honor, Naufrago, La Tormenta Perfecta,
K-19, etc. Todas ellas, de cerca o de lejos, nos acercan al azul de
un modo a veces siniestro y catastrófico, heroico otras, pero
siempre espectacular y misterioso.
Recientemente ha sido el turno de Master and Commander, Buscando a
Nemo y Deep Blue; o lo que es lo mismo: la épica, la imaginación
infantil y el documental.
Russell Crowe, el capitán Jack Aubrey de Master and Commander
transmite en su rostro esa grandiosidad que debe sentirse surcando
la tempestad en una persecución implacable a bordo de su buque
de vela. En ese pequeño mundo de madera en medio de la nada,
los hombres están vivos y muertos, en el paraíso y en
el infierno, son libres y esclavos, atrapados en un purgatorio constante
que los hace rudos y valientes o acaba con ellos. El mal menor
es la estrategia para alcanzar una victoria deseada: volver a casa,
a poder ser con un buen botín de guerra y una gran aventura
para contar a sus nietos.
Tuvimos que buscarnos una excusa, como invitar al cine a nuestra sobrina
o a nuestros hijos pequeños, para no perdernos Buscando a Nemo.
Aunque nada de lo que fuimos a ver tuvo que ver con lo que sabemos
que existe allí abajo, fue entretenido ver cómo un pez
payaso conversaba con un tiburón blanco. De paso, nuestros
retoños aprendieron algo de fauna marina y les dio por pedir
a los Reyes Magos su primer equipo básico de gafas, tubo y
aletas.
Sin embargo, la experiencia cinematográfica más impactante
para un buceador es Deep Blue. Rodeados de ficción como estamos,
este guión no es nuestro y estos personajes no interpretan.
Todas las historias cuentan algo: ¿cuál es la historia
de Deep Blue? La de hacernos ver que por muy espectacular que sea
una película, es sólo un montaje, un truco que interpreta
la realidad y la recrea. Pero en este caso, más que en ningún
otro, la realidad supera a la ficción, mostrándonos
que la naturaleza no es un decorado donde representar nuestra obra,
sino la obra misma, de la que el ser humano forma parte compartiendo
protagonismo con otros seres tan increíbles y extraordinarios
como nosotros.
Javier Salaberria
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