No
se si es sólo un fenómeno del Cantábrico o también
se da en el Mediterráneo, pero el mar en septiembr, octubre,
e incluso en noviembre se vuelve especialmente atractivo. El sol ya
no es abrasante y lo buscamos para que nos caliente. La luz, fuera
y dentro del agua, adquiere una densidad que agudiza los contrastes
y vivifica los colores. Las aguas quedan desprovistas del velo que
las cubría y ahora muestran cristalinas todas las bellezas
que ocultaban a los ojos de los intrusos. El aire tiene un aroma más
limpio, con perfumes que antes permanecían escondidos bajo
el salitre. Es como si la naturaleza entera fuera como un tímido
espirógrafo que se retrae ante la avalancha de visitantes y
vuelve a florecer cuando la costa entra en la calma que precede al
tempestuoso invierno.
No se si es algo que me sucede a mi o es algo común entre buceadores,
pero disfruto mucho más buceando en otoño que en verano.
Sin embargo, es evidente que la mayor parte de los aficionados bucea
en verano. Quizás porque muchos viven lejos del mar y sólo
pueden acercarse coincidiendo con sus vacaciones; o porque se animan
m*s con el calor; o porque bucean sólo con sus amigos y familiares,
y éstos lo hacen en julio o agosto... El caso es que para muchos
las aletas son para el verano. El otro día el hipermercado
al que acudo para hacer la compra semanal me hacía una oferta
que no pude rechazar: turrón de Alicante calidad suprema
a mitad de precio. Estaba igual de bueno que en navidades, pero valía
la mitad por estar fuera de temporada. Después me fui al cine
y me cobraron bastante menos de lo habitual porque era un lunes, el
día del espectador. No tuve que esperar colas para sacar la
entrada que además era numerada, por lo que pude elegir la
butaca que me gusta. Estábamos siete alucinando con Lara Croft.
A esta maciza no le afectan las leyes físicas y puede bajar
a no se que profundidades en un super scooter, descubrir el templo
secreto de Alejandro Magno, perder todo el equipo luchando con los
malos, salir a pulmón del templo, noquear a un tiburón
al que había atraído previamente haciéndose un
corte en la muñeca, y ascender sin problemas de descompresión
o sobrepresión pulmonar a lomos del escualo. Por cierto, no
sabemos por qué un tiburón se puede dejar golpear en
los morros y entender que lo que debe hacer es ascender a la superficie
en vez de emprenderla a dentelladas contra su agresor. Cosas del guión.
Me lo pasé francamente bien, pero tuve que desconectar mi lógica
y poner el cerebro en modo flipar. A estas películas
las llamo yo del género palomitas y refresco. Son
muy divertidas y no necesitas que te las expliquen al final. Está
claro que uno puede bucear todo el año si da rienda suelta
a su afición y tiene un bolsillo generoso. Bucear fuera de
temporada tiene, además, muchas ventajas ambientales.
La descongestión de personal y la
mejora de la visibilidad son las principales. Sin embargo, sólo
los aficionados incondicionales siguen prefiriendo bucear en febrero
en vez de ir a deslizarse por la nieve. Hace falta tener un equipo
adecuado y ese desembolso sólo compensa si uno realmente
está muy comprometido con el buceo. Para muchos, ser una
actividad de temporada es un limite del buceo deportivo, un límite
que comparte con todos los deportes que se desarrollan en la naturaleza.
Sin embargo, somos muchos los que pensamos que es una oportunidad.
Poder viajar en noviembre, a mitad de precio, a un destino que,
además, vamos a poder disfrutarlo sin aglomeraciones, casi
con exclusividad, es un lujo propiciado por el fenómeno de
las temporadas. La naturaleza tiene esa sabia manera de compensar
sus desequilibrios. Si vivimos en un clima tropical gozamos del
privilegio de la exuberancia. Pero en un clima atlántico
o mediterráneo, nuestra ventaja es poder disfrutar del cambio:
cuatro estaciones muy diversas, cada una de ellas con sus atractivos,
con un mar vestido para cada ocasión con distintos cortes
y colores. Las distintas condiciones ambientales nos permiten mejorar
nuestras técnicas de buceo y aprender a elegir el equipo
adecuado para cada ocasión, formación que nos hace
buceadores más completos y experimentados. La rica biodiversidad
que ofrecen los fondos tropicales, con la que los nuestros no pueden
competir, se compensa, en cierto modo, por la variedad de situaciones
climáticas o ambientales que nos ofrecen nuestros mares.
La cuestión, ahora, es saber si este eterno ciclo de estaciones
se verá interrumpido o alterado por el cambio climático.
Al paso que vamos puede que bucear en febrero no sea tan duro. Las
témporas nos anuncian un otoño cálido y seco.
Así que, de momento, no guardéis el traje en el armario.
Javier Salaberria
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