Entre las noticias que hemos seleccionado
para este número hay una que, aunque pueda pasar desapercibida
entre otras de mayor importancia informativa, a mi me ha hecho reflexionar.
Se trata de unas esponjas que poseen una estructura de sílice
semejante a la fibra óptica, con la misma capacidad que ésta
de transmitir la luz y más resistentes que las fibras utilizadas
por nosotros. Los científicos creen que podrán servir
para mejorar los cables de fibra óptica que utilizamos en
la actualidad, considerados como el no va más
en el mundo de las telecomunicaciones.
Cuando tuve el suficiente criterio, a juicio de mis educadores religiosos,
se me explicó que la Biblia no era un libro que pudiera explicar
por sí solo todos los fenómenos naturales; para eso
estaba la ciencia. La ciencia, hoy en día, lo explica todo
con un par de teorías: la evolución y la relatividad.
Ya se que exagero, pero a nivel divulgativo son una especie de biblia
natural que tratan de dar sentido a toda la vida. Pero del mismo
modo que la Biblia no podía explicarlo todo, estas teorías
llegan a un punto en el que sólo crean nuevos interrogantes.
No debemos olvidar que una teoría científica nunca
puede considerarse definitiva: sólo es válida mientras
sirva para explicar lo que expirimentamos empíricamente y
no surja otra teoría mejor.
Según la teoría de la evolución, tal y como
se lo explican a los ciudadanos de a pié, el paso del tiempo
ha hecho que una materia inerte y desordenada se transformara, tras
una sucesión de mutaciones, adaptaciones, selecciones naturales,
cataclismos y demás, en un ser lo suficientemente inteligente
como para formular una teoría científica sobre el
origen de la vida y del universo. Somos polvo estelar que
ha evolucionado hasta poder observar el universo y, por lo tanto,
transformarse en su materia consciente. Más o menos
eso es lo que Carl Sagan nos sugería en su magnífica
serie de televisión Cosmos. No os he creado sino para
que me adoréis...Yo era un tesoro escondido que deseaba ser
descubierto, dice El Dios Único de sí mismo.
Dos caminos opuestos que conducen a una misma verdad. Si la ciencia
trata de explicar el Cómo, la religión y la filosofía
tratan de explicar el Por Qué. Seguro que en la ecuación
definitiva deberemos combinar ambas explicaciones para asomarnos
al secreto mejor guardado: quiénes somos, de dónde
venimos y hacia dónde vamos. Sagan, que era un excelente
comunicador, lo expresaba del modo siguiente: Queremos encontrar
la verdad, no importa dónde se encuentre. Pero encontrar
la verdad necesita tanta imaginación como escepticismo. No
debe asustarnos especular, pero debemos tener mucho cuidado en distinguir
la especulación de los hechos. Esto, que parece referirse
a los mitos y creencias, también debe aplicarse a la ciencia,
ya que pese a sustentarse en hechos empíricos, no deja de
ser especulativa. Cualquiera que haya estudiado su evolución
histórica encontrará cantidad de teorías científicas,
válidas durante mucho tiempo, que hoy se consideran erróneas.
No se trata de llegar al extremo de prohibir la teoría de
la evolución en las escuelas porque contradice nuestras creencias
religiosas, cosa que sucede en algunos estados integristas de EE.UU.,
pero tampoco se puede creer en la evolución sin ese escepticismo
sano y científico que nos previene contra las explicaciones
definitivas. Seres extraordinariamente sofisticados como esta esponja
de las profundidades son, en sí mismos, interrogantes sin
respuesta. ¿Azar o necesidad? Tanto la ciencia como la religión
nos llevan a concluir que somos una combinación difícil
de comprender de azar y de necesidad, libre albedrío y predestinación.
Es lo que podemos leer escrito en el cosmos: orden en las galaxias
y caos en las partículas elementales. Pero, al menos, debemos
reconocer que el diseño natural está dotado de una
inteligencia difícil de igualar. Sería muy triste
admitir que nuestra inteligencia es incapaz de conseguir lo que
por azar ha logrado la materia inerte.
Javier Salaberria
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