Para
un anarquista la propiedad es un robo.
Para un nativo americano vender su tierra era algo que no tenía
sentido: la tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a
ella; lo que le suceda tarde o temprano nos sucederá a nosotros.
Para muchos pueblos primitivos
y subdesarrollados tierras, mares y todo lo que ellos contienen
son patrimonio divino. Ellos sólo tienen un limitado usufructo
por el que deberán de responder en la otra vida.
Ahora, más cartesianos
y positivistas que antes, a la otra vida la llamamos simplemente
posteridad, futuro sostenible o evolución previsible, y no
se refiere al destino del alma individual sino a la continuidad
de la especie humana.
Un interesante pero delirante programa documental en la televisión
pública nos mostraba hace unos días cómo sería
el planeta dentro de unos miles de años. En un capítulo
anterior de la misma factoría, se nos había recreado
el pasado de la humanidad, desde sus más salvajes comienzos
hasta la aparición del Homo Sapiens.
Sin duda el ser humano sueña
con tener algún conocimiento sobre sus orígenes, el
origen de la vida y del universo, el cómo y el porqué
de lo que sucede a su alrededor y de lo que le sucede a sí
mismo; y también trata de imaginar el futuro, el único
más allá que le queda si abandona las
ancestrales creencias religiosas que le daban sentido a su corta
e insignificante estancia en esta burbuja azul sostenida en medio
de la nada.
Pues bien, desde ese hipotético
futuro, desesperanzador para unos, prometedor para otros, se preguntarán
por qué a finales del siglo XX y comienzos del XXI, con las
tecnologías y conocimientos disponibles, que son bastante
avanzados, somos incapaces de frenar lo que parece ser una hecatombe
ecológica a gran escala.
Se preguntarán por qué
los gobiernos seguían empeñados en privatizar el uso
de los recursos naturales al borde del agotamiento y eran incapaces
de frenar los abusos contra el medio ambiente de corporaciones tan
lucrativas como insolidarias.
En el presente nosotros también
nos lo preguntamos, pero no acabamos de ver los resultados salvo
cuando nos tocan de cerca, como el fuel que sigue llegando a nuestras
playas en cantidades inversamente proporcionales a la pesca o al
turismo.
Nuestros nietos no podrán comprender por qué dejamos
que el petróleo siguiera allí abajo tanto tiempo,
igual de pegajoso y persistente que los políticos que tomaron
las decisiones equivocadas.
Claro que lo que probablemente
no sepan es que a nosotros nadie nos explicó aquello de que
no hay atajo sin trabajo. Queríamos progresar
rápido y para ello había que deshacerse de ciertas
cuestiones de sentido común demasiado pesadas para dar el
pelotazo. Lo público, el interés común y otra
serie de patrañas, crecen lento y apenas dejan margen para
evolucionar, experimentar. y enriquecerse: demasiadas trabas. Así
que lo privado, más audaz, aprovecha la inmensa fuerza del
ánimo de lucro, una especie de energía atómica
a nivel de desarrollo humano, y se lanza a modernizar el mundo y
a eso del desarrollo y del progreso. ¡Genial! Pero.¿qué
sucede con la contaminación radioactiva que ese ego produce?
En fin, que uno ya está cansado de hablar siempre de lo mismo,
pero mientras se repita la estupidez humana una y otra vez, habrá
que repetir la misma monserga hasta que me salgan callos en los
dedos y se desgaste el teclado de mi ordenador.
Al menos mis nietos puede que tengan una explicación de lo
sucedido lo suficientemente clara para no repetir semejante experiencia.
Javier Salaberria
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