Sadam Hussein,
ateo redomado, no tuvo reparos en poner el nombre de Dios en su
bandera para reclamar la Guerra Santa a su pueblo, que santamente
ha aguantado la guerra contra Irán, el exterminio de los
kurdos, la Guerra del Golfo, el embargo, la corrupción más
leonina, los bombardeos aliados de calentamiento y las inspecciones
de armas hasta en los bollos de pan. Además, saben que al
final volverán a ser bombardeados, destruidos, saqueados
y, finalmente, liberados y reconstruidos por el gigante americano,
cosa que aceptarán con santa resignación. Quizás
porque el pueblo iraquí, como todos los pueblos antiguos,
saben que esta vida es transitoria y que el destino del mundo ya
estaba escrito antes de que el ser humano caminara sobre sus piernas.
Los tiempos del gran Saladino, que expulsó a los cruzados
del Oriente Medio, pasaron a mejor gloria. Los líderes árabes
merecerían perder la cabeza en aplicación de la Saria
(Ley Islámica) que tanto les gusta invocar cuando les interesa.
Sólo unos pocos locos van a compartir con ellos su sufrimiento,
como escudos humanos, como cooperantes, como manifestantes..Pero
dado que ningún líder les hará justicia en
la tierra, siempre les quedará el consuelo de recibir un
pequeño avance de la justicia divina que esperan en la próxima
vida. Sadam es un Frankestein creado por los EE.UU. para combatir
a la floreciente República Islámica de Irán.
Pero Irán ganó la guerra y Sadam se saltó el
guión invadiendo Kuwait y gaseando a los kurdos. Las pruebas
que tienen contra él están en los libros de contabilidad
b que muestran las facturas sin IVA de todo el material
bélico que le vendieron en su día, y las nóminas,
incentivos y horas extras de los funcionarios de la CIA que asesoraron
en Bagdad cuando hizo falta. Pero los sabios iraquíes saben
que a Sadam le van a caer unas cuantas collejas, no por retar a
los EE.UU. sino por martirizar a su pueblo y utilizar el nombre
de Dios en vano. A los yanquis y a los israelitas ya los ha echado
del espacio con cajas destempladas; Bruselas se ha convertido en
Babel y a más de uno se le han atragantado las subvenciones
cinematográficas y los mítines.
Además, todo el mundo ha salido a la calle para decirles
a sus gobiernos que dejen de utilizar sus votos para cerrar negocios
sucios e institucionalizar el cinismo.
Oiga usted,
¿y esto qué tiene que ver con el buceo?. Perdóneme,
pero si el batir de las alas de una mariposa puede cambiar el mundo,
imagine usted lo que cambia con un tiro en la nuca o con una bomba
nuclear táctica. Ya ha visto lo que ha cambiado el mundo
sólo porque unos señores que viven en una roca quieren
ganar más dinero. Lo que ellos han ganado se ha traducido
en mares de porquería para los demás. Deberíamos
llenar un hidroavión con una muestra de nuestro amado Cantábrico
y lanzarla sobre sus monitos.
¿Que qué
tiene que ver? ¿Todavía no lo ve claro? Para empezar
puede que esta guerrita, diseñada para impulsar la deprimida
economía yanqui y quedarse con el petróleo, nos meta
a todos en una importante recesión económica. Cuando
sube la factura energética lo primero que se reduce es el
gasto de ocio. Adiós a las vacaciones y adiós a muchos
centros de buceo, sobretodo a los que están por la zona de
los porrazos... Mejor no especular sobre posibles reacciones terroristas
contra intereses occidentales, incluidos destinos turísticos.
Los mejores paraísos del buceo se encuentran, casi todos,
en países con mayorías islámicas.
Pero eso es lo de menos. En teoría, la recuperada economía
USA post-Hussein tirará del carro mundial y volverán
las vacas gordas. Lo peor es que en el camino puede que se hayan
arrojado cantidades industriales de venenos, agentes químicos,
hidrocarburos e incluso material radioactivo que irán a parar
al mar, porque todos los ríos mueren en nuestro amado azul:
la placenta de la vida y su mortaja.
¿Que
qué tiene que ver? Morirán miles de inocentes, y les
acompañarán en su viaje al más allá
delfines y otros ángeles que varados en las costas les mostrarán
el camino a la eternidad.
¿Qué qué tiene que ver? Todo depende de la
visibilidad que haya en su mente.
Javier Salaberria
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