Como náufragos en el universo

No podemos asegurar el azul del mar; no podemos asegurar la lluvia; no podemos asegurar el aire; no podemos asegurar una sonrisa; no podemos asegurar la belleza... ojalá algún día podamos asegurarlo todo. Esto no es ningún poema, es un magnífico anuncio de seguros que circula por la tele. Tampoco pueden asegurarnos la visibilidad, ni que no suceda nada imprevisto y peligroso ahí abajo. En realidad las compañías de seguros, paradójicamente, no pueden asegurarnos nada; ni la vida, ni la salud, ni que no nos rayen el coche, ni que el dinero que tenemos en el banco no desaparezca por arte de birlibirloque, como el de los argentinos. Lo que hacen es compensarnos por la pérdida inevitable, y sólo de forma económica, aunque lo que perdamos tenga un valor incalculable, como un ser querido, la vista, una obra de arte o un recuerdo.

Sin embargo, el ser humano casi siempre quiere asegurarse, tener el control, prever, planificar. Para eso es un ser racional en medio del orden imprevisible del cosmos o, como prefieren decir otros, el caos sometido a unas ciertas leyes físicas. Somos náufragos en el universo y creemos tener el control. Y digo “casi siempre” porque también los hay que ni siquiera son conscientes del peligro, por lo que no actúan como planificadores, previsores o prudentes. Ellos son parte del caos y muchas veces causa del mismo, para dolor de cabeza de los más racionales.

Cuando medimos la naturaleza, intentamos predecir su comportamiento, o al menos intentamos comprenderlo. Podemos saber que las olas de menor frecuencia son más profundas y dan más problemas en el fondo, que ciertas corrientes favorecen la pesca o que un calentamiento excesivamente brusco de la masa oceánica puede provocar una galerna, pero no sabemos cuándo va a suceder, dónde, por qué... Tampoco sabemos si lloverá o habrá visibilidad, o si la primavera llegará antes este año. Ni siquiera podemos decir que hemos mejorado mucho en nuestra capacidad de observación y predicción. Ahora contamos con más aparatos de medición que observan de nuestra parte con precisión mecánica, pero antes los que observábamos éramos nosotros. Había cientos de indicios en la naturaleza que nos avisaban de un cambio de tiempo, de la presencia de pesca o de los antojos del mar. Así como un indio americano podía seguir un rastro sin necesidad de satélites, un pastor podía predecir el tiempo, un pescador sabía dónde encontrar sus piezas y un buceador conocía la visibilidad sólo con olfatear el aire en su ventana. Pero ahora ya no tenemos tiempo de observar a la naturaleza, de aprender a interpretar sus signos, y nos vamos al ordenador a consultar el estado del mar. Ojalá algún día podamos hacer las dos cosas, usar nuestros cachivaches y también nuestros instintos. Ojalá ciencia, tecnología y humanidad sepan convivir y darle al ser humano unas coordenadas mejores para situarse en medio de la existencia. Y ojalá nunca podamos asegurarlo todo, porque estaríamos muertos. La vida, si algo tiene de certero y bello a la vez, es que es impredecible, incontenible y sorprendente.



Javier Salaberria


 
Copyright (c) 2001 BUCEO XXI - S.G.I. Asociados - Todos los derechos reservados