Imaginar es la facultad humana de representar
en la mente los objetos o seres no presentes y, también,
una facultad de inventar, expresar o crear cosas nuevas, inexistentes
hasta ese momento, partiendo de la experiencia, de la observación,
del pensamiento, de la sensibilidad, del deseo o de los sueños.
La imaginación no sólo transforma la realidad mediante
la creación artística sino que modifica la percepción
de forma que la hace subjetiva y única. Siempre me he preguntado
si todos percibimos con la misma intensidad y significado a través
de nuestros sentidos. El color rojo para un daltónico, por
ejemplo, significa otra cosa. Algunos seres vivos perciben sonidos
que nosotros no podemos oír...¿el sabor de una manzana
será el mismo en todos los paladares?. La gente de interior
puede oler el mar en cuanto baja del autobús en una ciudad
con puerto, y los de la costa podemos oler el secano en cuanto nos
adentramos en Castilla. Y qué decir del perfume. Hay aromas
que te recuerdan a alguien o algún lugar, olores que te transportan
a la infancia, como el de la hojarasca o el de las iglesias...No
creo que haya dos realidades iguales, las hay tantas como ojos,
narices, paladares, orejas o pieles diferentes. Pero además
de percibir con órganos singulares, nuestro entendimiento
juega con la imaginación, con los recuerdos, con los sentimientos,
creando un espacio y un tiempo completamente personalizado. Eso
también sucede en los fondos del océano. Una misma
inmersión se transforma en única y diferente para
cada uno de los que bajan allí abajo. Creamos un mundo a
la vez que lo interpretamos con nuestros sentidos. Para algunos
una medusa es un bicho repelente, para otros un ángel, para
otros un extraterrestre, o un invertebrado singular, o un peligro
del que hay que huir, una señal en el firmamento marino,
una bailarina, una imagen en el visor difícil de encuadrar,
el espectro de algún naufrago, un paracaidista de neón
...
El mar no es sólo un parque natural.
Puede ser un templo, una tumba, un espacio sideral, un libro de
historia, la luna de miel, un estudio fotográfico, un reducto
espiritual, una despensa o las minas del Rey Salomón, el
vientre de la tierra donde se gestó la vida, el cementerio
de los ríos, la frontera eterna, el puente para otros mundos.
Pero sea como fuere, nuestra imaginación
es tan extensas como sus dominios y cuando ambos entran en contacto
se crea una magia tan grandiosa que ha sido origen de las más
grandes civilizaciones, de los imperios más ambiciosos y
de las quimeras más desbordantes. Por eso, el que lo disfruta
una vez, difícilmente podrá darle la espalda. Nos
transporta a otra dimensión de nuestra humanidad, nos coloca
en nuestro sitio, siempre a su merced, siempre absortos en su contemplación,
torpes en nuestra rebeldía pero, liberados de nuestras pesadas
cargas, libres en su cristalino cuerpo, elevados por su poder a
una intuición de inmortalidad.
Javier Salaberria
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