Cuando se prohibe una actividad difícil
de controlar y de escaso impacto social, por no ser vista como excesivamente
dañina y por afectar a un pequeño grupo de personas,
se crean dos realidades: el mundo de la conciencia ética
y el mundo del mercado negro. Apelar al civismo contra los instintos
básicos de apropiación es poco realista. ¿Quién
es el guapo que entrega un tesoro, por pequeño que sea, a
un estado antipático que le fríe a impuestos todo
el año y que no le va a dar ni las gracias sospechando que
ha ocultado algo? ¿Qué estado puede asegurar que la
conciencia cívica de sus ciudadanos es ejemplar, y confiar
que éstos no se dediquen al expolio de su patrimonio? Además
, cuando hablamos de conciencia, moral, civismo, ética...
entramos en el terreno confuso y gelatinoso de los valores, que
se moldean según el punto de vista que interese. Es cierto
que el patrimonio histórico y artístico pertenece
a todos, como es cierto que el mar es de la humanidad. Sin embargo,
a veces esta verdad no es tan cierta cuando la expoliación,
contaminación y destrucción de los recursos del mar,
por ejemplo, está en manos de corporaciones privadas o de
los propios estados. Valga como ejemplo las pruebas nucleares. Es
decir, que las que parecen verdades absolutas se tornan relativas
cuando hay intereses económicos, políticos o militares
de por medio. Apelar, entonces, a esos principios cuando los estados
se los saltan cuando les interesa, es un acto de cinismo... y de
inutilidad. Los que bucean no tienen la sensación de estar
haciéndolo en el territorio de ningún estado. Y si
encuentran algo allí en el fondo, creen poseerlo por el derecho
que ellos mismos se otorgan.
Sería muchísimo más práctico que los
estados se dejaran de éticas, de las que no entienden ni
practican, y reconociendo esta oviedad dijeran: vale, se lo puede
quedar pero, al menos, déjenos catalogar y estudiar el descubrimiento
y, si nos interesa, déjenos pagarle algo por él para
ponerlo en nuestros museos. Esta actitud acabaría con el
mercado negro y facilitaría la aparición de piezas
y descubrimientos que, de todas todas, van a desaparecer. Ya se
que muchos se estarán rasgando sus trajes de neopreno o sus
corbatas de funcionario, pero en la mar hasta los piratas tenían
su ética. La cuestión es ser prácticos a la
hora de regular lo que sucede cuando alguien encuentra algo cuyo
propietario es el tiempo.
Javier Salaberria
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