Hay amores que matan. Supongo que para un
verdadero amante de la naturaleza ver a un turista con una camiseta
hortera en la que se pueda leer Yo -corazoncito- la naturaleza
le producirá, cuando menos, una irónica sonrisa. Las
viejecitas dan de comer a las palomas y el ayuntamiento las caza
con redes y luego las envenena con gas para evitar que acaben con
todo el patrimonio histórico. Los más modernos decoran
su chalet en la Sierra con una iguana y una cacatúa y lucen,
en hermosos acuarios, exóticos peces tropicales.
Todo al servicio de nuestro deleite personal y sin pensar ni un
sólo momento si realmente esos animales están siendo
pervertidos al igual que el equilibrio natural de las cosas. Ese
mismo ser humano que disfruta enseñando las diapositivas
de su álbum de buceo junto con unos tiburones que comían
de su mano, es el responsable de que toneladas de residuos radioactivos
se viertan al mar diariamente, entre otras cosas para que pueda
enchufar su proyector de diapositivas y se construyan aviones que
le lleven a los trópicos a practicar el feeding. Estos residuos
permanecerán millones de años siendo una amenaza para
la supervivencia, no sólo de las especies marinas que él
fotografía, sino también para la de sus hijos y sus
nietos.
A mi modo de ver, domesticar a un animal
salvaje no significa amar a la naturaleza, sino un acto de soberbia
digno de un espíritu infantil y egocéntrico. Es cierto
que la naturaleza es generosa con el hombre y le provee de todo
aquello que necesita, que dispone de ella gracias a su inteligencia,
innovando y mejorando su control. Pero también es cierto
que el hombre es sólo un inquilino y debe responder ante
el Propietario del estado en el que deja su vivienda una vez que
la abandona.
Pervertir las leyes de la naturaleza no sólo es algo reprobable
desde un punto de vista moral, sino que además siempre conlleva
una consecuencia directa sobre nuestro bienestar y seguridad. Amar
a la naturaleza es sencillo; sólo tenemos que respetar sus
leyes, aunque esas leyes nos impidan un disfrute egoísta
y malentendido de sus beneficios estéticos, o energéticos.
Amar a la naturaleza es conocerla a fondo, observarla , aprender
de ella y dejar que la vida fluya con libertad.
Javier Salaberria
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