U


 

 

 

El coronel Tapioca también bucea


 

Hace poco leí una acertada reflexión de Arturo Pérez-Reverte en su columna Patente de Corso del XLSemanal. Se titulaba El síndrome del Coronel Tapioca y según lo leía recordé muchos artículos y noticias relacionados con el mundo del buceo, una de las últimas la del tiburón blanco del tamaño de un microbús que se merendó a un turista en una playa de False Bay en Ciudad del Cabo. Reverte nos comenta como hace treinta y dos años desapareció en la frontera entre Sudán y Etiopía. “En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario Pueblo los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea” aclara.

Nos propone Reverte una comparación de lo que sucedía entonces y de lo que hoy sucede cuando un hecho semejante salta a los telediarios.

“Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí”...

...“Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica. Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.”

Pero lo peor no es sólo que el mundo no es un parque temático para que nos divirtamos los simpáticos turistas, buceemos o no. Lo peor de todo es que además lo estamos volviendo más peligroso aún de lo que ya era. Como buscamos lo exclusivo, la emoción fuerte, lo más exótico, forzamos más y más la rueda de la fortuna e invocamos al fantasma de la muerte de forma inconsciente e irresponsable. Evidenciamos más y más el insalvable abismo entre las sociedades opulentas y las paupérrimas, convencidos de que nuestras divisas ayudan a su desarrollo. Condenamos los hábitats naturales de las especies y degradamos el clima de tal modo que hasta la meteorología, las plagas o las enfermedades exóticas se vuelve un King Kong que rompe sus cadenas en medio del espectáculo causando muerte y desolación también entre los ricos.

Con ese panorama no es de extrañar que “Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet.”, concluye Reverte. Y después cuelgan el video en YouTube y baten el récord de entradas, añado.

No nos gustan este tipo de noticias en los medios especializados del sector. Queremos fomentar el buceo, no el terror a salir de casa. Pero este es un aviso para navegantes: disfrutar del mar y de del mundo no significa que podamos perderle el respeto a ninguno de los dos.


 
Copyright (c) 2001 BUCEO XXI - S.G.I. Asociados - Todos los derechos reservados